Cuando nos azoto la pandemia, no solo fue el nacimiento de la preocupación, del miedo, sino la perdida de personas que compartieron una vida, media o quizás ninguna. Pero que en cada cifra que se daba en esos días hacia ese dolor, de la perdida de una persona y la soledad con la que tuvieron que pasar sus últimos momentos, como propios.

No fue lo único que se llevó la pandemia, se perdió entre nuestras lágrimas, entre los silencios y suspiros de esos meses, nuestra humanidad. Esa empatía, que nos distinguía quizás de algunos animales, se perdió y no se ha vuelto a encontrar.

He visto con mis propios ojos la frialdad en los ojos de la gente cuando me cruzo con ellas diariamente, el que te miren mal y se aparten de ti cuando estornudas o toses, los abrazos perdidos de los amigos o conocidos, o ser simplemente invisible ante la sociedad cuando ocurre un accidente.

Jamás en mi vida me podía imaginar que las personas estaban perdidas en el mar de sus propias confusiones y no queriendo salir de ese mar de angustia ni de zozobra. Puede que yo solo sea una superviviente de todo aquello que no perdí, y existamos pocos en el mundo con la capacidad de amar, abrazar, ayudar y respetar a todos sean de la edad que sean o del sexo que sean.

Lo cierto es que tuve un pequeño percance hace unos días, me iba a trabajar como cada mañana y justo a los pocos metros de mi trabajo, mi pie decidió meterse en un desnivel que no vi y me caí al suelo.

la humanidad

Ser invisible a los ojos de la gente

Desde el primer instante supe que uno de mis tobillos estaba afectado, la imagen se reproduce lentamente en mi cabeza una y otra vez. El chasquido de las fibras del musculo y tendones cuando se rompen, el dolor ensordecedor que cubrió mi cuerpo y sobre todo la impotencia de verme tumbada en un camino, sin apenas luz a las siete de la mañana, sola.

En un instante repase sin moverme del suelo mi cuerpo, que temblaba por el frio, dolor y el miedo, las posibles implicaciones de la caída. Así como pude me senté y aunque el dolor iba creciendo a igual que la deformación de uno de mis tobillos, el resto de mi cuerpo estaba magullado.

Aún seguía en ese camino, yo veía a la gente de un lado de la carretera y el otro que daba a mi trabajo, vi coches pasar, pero nadie se paro a auxiliarme. Solo un joven, que siempre me cruzaba con el a esas horas paseando el perro, se paro e intento ayudarme, incluso se ofreció a esperar junto a mi hasta que llegase la ambulancia.

Vi pasar a un grupo de la tercera edad que me miraron como si de un despojo se tratase, vi a unos jóvenes con el patinete y fui invisible para ellos, vi como compañeros de trabajo aparcaban a metros de donde me encontraba y sus miradas jamás fueron en mi dirección.

Los minutos que pase temblando y llorando no fue por mi dolor, sino por lo que la gente se había convertido.

La humanidad que sigo esperando

Una vez llego la ambulancia y mientras dejaba el hueco en el cual me había caído, solo pensé la suerte que tenia de seguir viva, que la caída no había afectado a mi dura cabeza. Porque si así hubiera sido, habría perdido la vida sin que nadie de los que pasaron por esa zona les afectara.

Mientras la ambulancia se desplazaba lentamente, mis ojos se quedaron fijamente mirando al infinito, con una cierta amargura de lo vivido y en lo que la sociedad ha llegado a terminar, sin diferenciar edades.

Mi cuerpo no ha reconocido el rencor por esa humanidad, ni mi corazón se verá afectado por su invisibilidad. Mas bien que ocurra lo que ocurra en un futuro cercano o lejano, no cambiara mi manera de ser.

Sigo teniendo la capacidad de amar, abrazar, ayudar, respetar y llorar por los que un día conocí y no están y por los que algún día llegaran, mientras seguiré esperando que la humanidad regrese de nuevo a todos.

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