Asunción, con más de cinco décadas, vive en una nube de humo, quema los días de su vida al igual que se consumen sus cigarrillos. Lleva una vida trabajando duro y escalando en una empresa bien consolidada, pagando deudas, manteniendo hijos, superando, como el común de los mortales, desavenencias, enfermedades y, últimamente, disfrutando de ser una joven abuela que escolta a sus nietos, eso sí, siempre regalándose algún momento de relax en la playa, buena mesa y que no falte, sobre todo, buen sexo. Es una corredora clásica del maratón de la vida, no le importa ser la primera, segunda o tercera, sino terminar la carrera que para ella tenga sentido. Su falta de inquietud intelectual le facilita la vida, no es que sea tonta, simplemente no se formula preguntas o plantea problemas que escapen a la necesidad o al sentido práctico, la clave es: Sirve o no sirve. Puedes predecir lo que piensa y hará a grandes rasgos, no hay sorpresas, es como observar un hámster en su jaula, sigue un itinerario. Para ella, eso es ser libre.

Pedro, de 33 años, se acaba de divorciar. Fracasó su proyecto de vida, se enamoró de Silvia, que con sus propias palabras definía como «una tremenda hembra» por la que, de hecho, dejó a su novia de toda la vida con la que llevaba 10 años, lo hizo porque resultó que Silvia era un máquina sexual que le hizo perder el norte, se casó con ella, tuvo dos hijos, dos coches pagando a plazos y una hipoteca que le obligó a trabajar doble turno como segurata, muchas veces sábados y domingos incluidos. Lo que pasa, es que su mujer, de matriz voraz, se cepillaba a todo el vecindario, eso sí, mientras, dejaba a los niños en la escoleta o con la abuela. La descubrió el día que instaló un sistema de cámaras de conexión vía wifi que le regalaron el el curro, a Pedro le hizo ilusión porque así de vez en cuando podría ver el día a día de su familia. El día que puso en marcha el sistema de vigilancia quería darles a los niños la sorpresa de que papá los había estado viendo y pendientes de ellos… Sí, menuda sorpresa. Incluso, visto lo visto, ahora hasta duda de que los niños sean suyos.

A José Miguel, de 55 años, le acaban de comunicar que tiene un cáncer de páncreas avanzado, literalmente le han dicho que ponga sus cosas en orden, que se vaya despidiendo de sus seres queridos y de esta vida… Pero que no se preocupe por el dolor físico, intentarán paliar su sufrimiento todo lo que puedan mediante avanzados tratamientos paliativos. También ponen a su disposición ayuda psicológica. Ha sido como un shock para éste y se pregunta: ¿Pero cómo es posible que me pase esto a mí? Deportista, alimentación sana, vida equilibrada, estable, ambiente social y emocional impecable. En cambio, su hermano Juan Antonio, que es un pieza, este se bebe hasta posos de vinagre, que no hace ejercicio y lleva una vida caótica a sus 63 años aún no ha pisado la consulta de un matasanos, más bien, como dice él mismo, «su sanatorio personal son los prostíbulos de toda España».

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