¿Qué significa que para que te atienda un especialista médico tengas que esperar siete meses?

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Más allá de las consecuencias para la salud, incluso el posible dramático desenlace, hay un transfondo que deberíamos reflexionar.

Lo primero que significa es que «el sistema» prioriza muchas cosas antes que la salud de las personas más pobres y vulnerables.

¿Pero quién es «el sistema»?

«El sistema» es, en parte, un sector pudiente de la sociedad que puede permitirse un seguro privado o entra dentro de sus particularidades contractuales el poseerlo. Ya saben, mientras esté yo caliente, hélese la gente.

Actualmente hay en España unos 10’5 millones de personas que disponen de un seguro médico privado. De éstos, evidentemente, hay un porcentaje de personas humildes que antes que deteriorarse más la salud con alcohol y tabaco, prefieren invertir, inteligentemente (que siempre es menos costoso que los vicios insalubres) en mejorar su atención médica. Pero la mayoría son de clase media y alta.

Luego, está esa otra parte «del sistema», ese «Pilatos particular» que en toda esta historia representa los médicos, que se lavan las manos ante un terrible hecho, según cifras de la OMS, los errores médicos, especialmente debidos a la falta de medios y personal para atender la gran demanda a tiempo, produciendo, desgraciadamente, un sobre estrés en procedimiento clínico en lo que a error de diagnóstico y prescripción se refiere, provoca la muerte en 2,6 millones de casos en Europa, 8,6 millones en el mundo cada año, siendo, particularmente en España, 35.000 personas fallecen por error médico, es decir, casi 3.000 cada mes, 97 cada día.

Un Boeing 747 puede transportar 416 pasajeros, por tanto, es como si se estrellaran 7 cada mes… Pero aquí nadie se rasga las vestiduras, callamos todos como putas la mayoría del tiempo, claro está, salvo alguna protesta de vez en cuando para pedir más personal, aumentos de sueldo y poco más en el sector sanitario.

Finalmente están los políticos, que no hacen más que servir al que es su votante efectivo, a esa parte de la población llamada burguesía, que acentúa las opciones políticas que invierten gran parte de los recursos en memeces no prioritarias para contentar a ese ciudadano medianamente pudiente que quiere cartelitos en catalán o euskera, estadios de fútbol, farolas más bonitas o quimeras ideológicas nacionalistas.

Lo tristemente hipócrita, es que la gente que provoca el problema es la misma que critica al político que ella misma ha instaurado en «el sistema».

Tal vez, la primera reflexión debería centrarse en revisar en qué queremos priorizar el dinero público y entender que para tener bien cubiertas ciertas necesidades sociales vitales hay que prescindir de otras que no lo son.

El problema, como siempre, es cómo conseguir despertar la conciencia moral y cívica de una sociedad nihilista e yonki de hedonismo.

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