Próximo a llegar el 18 de Enero el reloj de nuestro tiempo nos advertirá que 156 años antes, en Metapa, hoy Ciudad Darío en Nicaragua abría sus ojos a la vida el poeta “príncipe de las letras castellanas” Félix Rubén García Sarmiento conocido mejor como RUBÉN DARÍO.

Y ¿porqué le extraigo del baúl de los recuerdos? Pues porque entre los muchos viajes que realizara alrededor del mundo, Rubén Darío residió en Mallorca también en varias ocasiones hasta que llegó a publicar varios escritos comprometiéndose en su influencia por dar a conocer al mundo que sensaciones despertaba el conocer nuestra Isla.

En 1907, publicó la inicial de las seis partes de que constaba el primero de los dos
trabajos literarios que escribió a partir de su estancia en nuestra “roqueta”. “La Isla de oro”, es en el que, con una prosa lírica a más cerrar sus libertades literarias, deja su manifiesto en la descripción de lo que para él significó su estar en Mallorca. La literatura en forma de artículo periodístico se mece entre su planteamiento novelado y las sensaciones que le despierta el descubrir esa mezcla de historia, cultura y leyenda de esta tierra.

Estatua de Rubén Darío en le ciudad de Palma de Mallorca.

Su artículo “Divagaciones” lo empieza…

“He aquí la isla en que detiene su esquife el argonauta del inmortal ensueño. Es la isla de oro por la gracia del sol divino. Vestida de oro apolíneo la vieron los antiguos portadores de la cultura helénica, y los navegantes de Fenicia que, adoradores de Hércules, le alzaron templos en tierras españolas; y que al llegar a esta prodigiosa región creyeron sin duda encontrarse en lugar propicio a los dioses fecundos y vivificadores.”

Más adelante se expresa…

“Palma parecía verdadera y fantásticamente incendiarse. Había en el ambiente como una miel vespertina y un abejeo de versos. En la parte de la costa en que nosotros nos hallábamos no había sol, en tanto que la ciudad aparecía a nuestros ojos toda en luz viva y alucinante. Y la bahía especular reflejaba la milagrosa visión a modo de un cristal de encanto.”

Su impecable redacción a caballo entre lo heroico y lo sublime, hace que su deambular por nuestra geografía sea el refugio de otros escritores que por esta tierra habían pasado; Gaspar Melchor de Jovellanos y George Sand, entre otros. Enamorado de España desde que tomara posesión del cargo de Embajador, fue seguido por insignes poetas como Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado y de manera especial por quien se declaró un gran admirador, Don Ramón del Valle-Inclán.

Su ironía despertó en sus actuaciones y dichos algunos lances como cuando dirigiéndose a Pío Baroja dijo: “Es un escritor de mucha miga, Baroja: se nota que ha sido panadero”. La respuesta del donostiarra no se hizo esperar: “También Darío es escritor de mucha pluma: se nota que es indio”.

“La Isla de oro” es una obra inacabada, como también lo es “El oro de Mallorca”,
publicada seis años después y cuyos tres primeros artículos los escribió en Valldemossa, una auténtica joya descriptiva de aquellas sensaciones que antes apuntaba. Ya en París en donde escribió tres artículos más…

“Vago con los corderos y con las cabras trepo
como un pastor por estos montes de Valldemosa,
y entre olivares pingües y entre pinos de Alepo
diviso el mar azul que el sol baña de rosa”.

Rubén Darío, el poeta alumno aventajado de la rítmica de Paul Verlaine, es considerado el más alto exponente del modernismo hispanoamericano. Falleció en su Nicaragua natal un 6 de febrero de 1.916 cuando tan solo solo contaba 49 años, y nuestro recuerdo es para quien nació y consiguió glorificar la poesía en lengua castellana y algunos retazos en la métrica gabacha e italiana.

Sería bueno que su poema “Vesper” dedicado a Palma aliente la esperanza de que algún día se le rinda homenaje con el hermanamiento de Ciudad Darío con la capital y/o Valldemossa.

“Quietud, quietud… Ya la ciudad de oro
ha entrado en el misterio de la tarde.
La catedral es un gran relicario.
La bahía unifica sus cristales
en un azul de arcaicas mayúsculas
de los antifonarios y misales.
Las barcas pescadoras estilizan
el blancor de sus velas triangulares,
y, como un eco que dijera: “Ulises”,
junta aliento de flores y de sales”.

Pocos poetas de entre los no nacidos en esta tierra, han escrito versos tan bellos como los que dedicó a ensalzar nuestra “roqueta”.

Víctor Gistau.

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