Jaime es un chaval de 10 años, sus padres gente de buena posición, le han dado una buena y bastante cara educación en un prestigioso colegio privado

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Sabe posar muy bien en las fotos, y presumir de ropa de marca, nunca le faltan sus cien euros en el bolsillo, para sus gastillos. Tiene cuanto necesita, refuerzo escolar, profesora privada, instructor deportivo en casa…

Es el líder de su curso, el que incita a los matones del patio a machacar a los que no están a la altura de su clase. Le encanta arruinar la vida a los hijos de los «curritos», su última bromita fue meter boca abajo a un niño de 9 años en la papelera del patio, cuando los profesores se enteraron, la criatura llevaba una hora y media al sol, incapaz de moverse pues los brazos estaban inmovilizados por los márgenes del cubículo. Pero ya saben la ley, nadie se chiva, salvo el niño agraviado, por lo que será una y otra vez de nuevo agredido por eso mismo, por haber dicho quién lo ha hecho.

Estos mini psicópatas, luego crecen, y hacen un mundo a imagen y semejanza. No son como los otros psicópatas de cuna más baja, que acaban en reformatorios o cárceles en muchos casos, ellos, los más privilegiados, son los hijos de, enchufados por, colocados a dedo por el amigo de, los herederos de don… Siempre tienen la ventaja de un apellido o posición social. Si es en la Administración Pública o entidad política, cuando detectan a algún competidor, crítico o disidente, simplemente lo eliminan o le hacen la vida imposible, salvo que pertenezcan a la nobleza, que eso o se compra o se hereda y si hace falta, se legisla a favor, para que no pase nada.

Es la «ley del más fuerte», y no tiene nada que ver con quien moralmente se merezca estar en la cúspide por haber batallado en igualdad de condiciones y bajo arbitraje contra los demás competidores, como es el caso de Rafa Nadal.

Los que realmente mandan en este mundo, se creen estar sobre el bien y el mal, eso sí, se harán la foto, por ejemplo, junto al héroe de Manacor, para que se genere la ilusión de una asociación entre el mérito luchado, conseguido en la cancha con honor y el oportunismo de una alta posición inmoralmente «real».

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