Toda elección persistente requiere la negación de casi una infinita lista de alternativas.

La cosa empeora cuando el adictivo modelo a la pírrica recompensa de un like, un comentario o una chuche psicológica, nos embute en una dispersión mental continua, pues, ya no es sólo por esforzarte en cumplir un objetivo concreto lo que nos agota, es tener que estar esquivando las continuas necesidades de alimentar nuestra insaciable autoestima con las opciones paralelas que van surgiendo.

Levantas la cabeza un instante y ves a tu alrededor a la mayoría de personas teledirigidas por sus terminales telefónicos, justo en ese preciso instante, en la misma situación, gran parte del 98% de la población entre 11 y 50 años simplemente vuelve a bajar la cabeza para quedarse hipnotizado ante una pantalla porque su sistema de recompensa cerebral está asociado a la continua y frenética necesidad de un estímulo emitido electromagnética y fotónicamente.

Solté el lastre del móvil en la mochila y en ese preciso instante me di cuenta, en ese parque, que sólo yo me daba cuenta de un mundo natural, más interactivo y real alrededor nuestro…

Estaba rodeado de «movilyonkis», cuando observé que una madre con dos bebés en un carrito iba mirando su celular mientras cruzaba un paso cebra a la vez que un coche estaba a punto de atropellarla pues su conductor estaba despistado pulsando con una mano en la pantalla táctil de su auto.

Grité ¡cuidado! con todas mis fuerzas, el conductor consiguió esquivarla por los pelos y ella, en vez de darme las gracias, pues se giró hacia mí sin percatarse ni tan sólo del auto, me echó una bronca que sólo le faltó lanzarme algo…

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