Pues, nos ha dejado, y lo ha hecho sin pedir permiso. Como persona inteligente que era creo que tenía asumido el que si lo hubiera hecho habría cosechado una negativa por respuesta.

Con Rubiel, a lo largo de mi vida habría hablado por teléfono tres o cuatro veces y en todas las conversaciones destilaba una profundidad en sus razonamientos con ese acento que gustaba de usar, y siempre acababa por decirme que un día breve en el tiempo por discurrir nos conoceríamos personalmente. Me atraía fundirme con él en un fuerte abrazo y que me contara lo que él sabía de esa Colombia que, aún sin conocerla, yo ya la amaba.

Por fin, el pasado verano, vino a Mallorca. Y en uno de esos días de su estancia, tuve la oportunidad de cumplir mi deseo, y nos encontramos, como bien muestra la fotografía, en el entorno de la plaza Mayor, aunque a decir verdad, unos minutos antes estuvimos en la Iglesia en la que se venera al Cristo de la Sangre. Ese era su deseo, y así se atendió.

Por fin pude cumplir mi deseo. Hablé con él compartiendo mesa con su esposa Giomar y su hija Luz Elena, que es la corresponsal en Colombia de nuestro periódico. Y mis apreciaciones no me habían engañado. Allí mismo sellamos una amistad por larga duración. Después, en la despedida, acordamos que nos volveríamos a encontrar de nuevo en Mallorca, o en Armenia, ¡qué más nos daba!, lo importante era facilitar el reencuentro para retomar aquella conversación que dejamos pendiente como excusa para mantener el compromiso que nos habíamos dado.

Después volví a utilizar el teléfono para hablar con él. De eso hace poco, muy poco tiempo. Se tenía que someter a una intervención quirúrgica y aplazamos nuestra conversación hasta que su hubiera cumplido el tiempo pasado de esa operación. Tiempo que se lo llevó de nuestro lado.

Sus hijos, Cesar Augusto, Marta Lucía Gloria Inés, Luz Elena, Gabriel Jairo, José Rubiel Jaime Alberto, María Eugenia e Isabel Cristina lo mantendrán en su recuerdo.

Por mi parte recriminarle el que me haya incumplido su palabra aunque reconozco que él no tuvo la culpa.

Pero eso sí, llegados a este punto me queda pedirle que allá en donde esté cuando llegue mi hora, me guarde un sitio a su lado para seguir nuestra conversación durante toda la eternidad.

¡Me lo debe!

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