Cuestión de estar a la altura…

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Un estudio de la Universidad de Bretagne-Sud demostró que si una mujer lleva zapatos de tacón y deja caer un guante en la calle, es un 50% más probable que un hombre se agache a recuperarlo, en comparación con usar zapatos planos.

El mismo poder de persuasión acontece cuando una mujer intenta convencer a un hombre de que complete un formulario en la calle.

Los estudios en antropología social y etología humana demuestran que una menor estatura en los hombres aumenta proporcionalmente su probabilidad y grado de agresividad e inseguridad, parece ser, debido a la falta de autoestima que produce no estar a la altura de los estándares estéticos preferenciales de la sociedad.

Por el contrario, si el hombre tiene la fortuna de ser alto, tiende a una mayor autoestima y seguridad en sí mismo, incluso en los juicios por un mismo delito, se tiende a que sean más benévolas las sentencias cuantos más centímetros tenga el acusado, por el contrario, cuanto más bajo, más duras.

Es más, la altura multiplica sus beneficiosos efectos cuanto más atractivo físicamente sea el individuo.

Es curioso, que algo en lo que el individuo no tiene el más mínimo mérito, pueda determinar un porcentaje importante de su éxito en la vida.

Estos factores forman parte de las consecuencias que produce el conocido «efecto halo».

Eustaquio, muchacho poco agraciado, que en 1984 tenía veinticinco años y medía un metro sesenta y seis centímetros. La media de estatura de entonces española en la franja de entre 18 y 34 años era de unos diez centímetros más.

En el cole recibía cachetes y el sarcasmo de todo dios, en la mili lo llamaban calderilla… Normal que acabara desarrollando un acentuado síndrome de Napoleón.

Al terminar su deber militar, justo al salir por última vez de su cuartel dijo… “basta”.
En sus horas libres, cuando finalizaba sus largas jornadas de trabajo como barrendero, estudiaba para obtener el acceso a la universidad para mayores de veinticinco años para cursar la carrera de derecho…

Seis años después se había licenciado con honores siendo el mejor de su promoción y poco después había conseguido ser el número uno en las oposiciones como abogado del Estado.

Sus fracasos amorosos, pocos, por su dificultad en poder tener pareja, pero para él suficientes, le hicieron tomar la determinación que la única relación que tendría con una mujer sería profesional… en todos los sentidos de la palabra y ámbitos de interacción.

En la cama le gustaba que ellas tuvieran una actitud sumisa y que soportaran sus incontenibles estallidos de agresiva pasión. Pagaba y punto y, luego, todos en paz.
Pero había una parte oscura en él que le motivó a vengarse de cada uno de los abusones que le habían amargado su infancia y primera juventud, especialmente un tal Caimari y otro que se apellidaba Oliver que fueron una auténtica pesadilla por su continuo acoso y maltrato.

Por eso montó una empresa paralela a su profesión de funcionario de detectives privados. Y lo primero que pidió que investigaran es qué había sido de estos dos angelitos.

Fue fácil ubicarlos, sólo tuvieron que seguir su rastro académico desde primaria en el colegio Pio XII de Palma de Mallorca.

Un tiempo después a Caimari lo encontraron casi muerto por una tremenda paliza y con la cabeza metida dentro de la taza de uno de los baños del Cine Capitol, junto a la plaza Fleming, unos tipos con acento argelino sin mediar palabra lo habían agarrado y reventado a golpes.

En lo que concierne a Oliver, un tipo muy celoso, está cumpliendo condena por intentar asesinar a su esposa a golpes… al parecer, alguien le hizo llegar una carta indicándole donde estaba ella poniéndole los cuernos con un tipazo guaperas de metro noventa que, Eustaquio, a través de terceros, había pagado para que se la ligara…

Y así ha seguido, uno a uno los ha ido “cazando”.

No sé ustedes, pero por si acaso, no cabreen al bajito.

Nota: Son relatos de ficción con una pizca de verdad, tal vez, usted, avispado lector se cerciore de qué es qué.

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