Hay individuos que piensan que ese perfil de personas que quieren vivir su vida, sin tener en cuenta los efectos perniciosos de su decisión en la de los demás, son una plaga que precisa, urgentemente, un depredador natural.

Baltasar aquella mañana tenía la tensión por los aires, sentía un agudo y palpitante dolor en la zona occipital de su cabeza, la preocupación por su mujer le carcomía su ser.

Sofía, su esposa, había sufrido un accidente al resbalar en un peldaño mojado, cayendo por las escaleras de la finca que estaba limpiando, seguramente se despistó debido a la premura y al cansancio acumulado por el sobre esfuerzo laboral que realizaba como limpiadora en una empresa, a la vez que realizaba horas por cuenta ajena para poder afrontar la mayor parte del coste de vida familiar, pues con tres hijos y un marido parado de larga duración, los ingresos menguaban.

Cuando estaban a punto de atenderla, llegaron unos camilleros con un joven de unos 21 años, Borja, trasladado de urgencia por sobredosis; de aspecto era lo que llamamos un niño bien, chaleco de punto, el jersey sobre los hombros, zapato mocasín, vaquero jean, es decir, el actual estilo preppy o pijo.

Mientras aparcaban a su esposa en el pasillo de urgencias, Baltasar pudo oír como una de las enfermeras susurraba al médico que era el hijo de la jefa de pediatría.

Lo que pasó luego, es que por atender primero al muchacho “enchufado”, Sofía, murió por una hemorragia interna no atendida a tiempo.

El dolor intenso

Fue tan intenso el dolor por la perdida de su esposa que Baltasar colapsó en el mismo hospital sufriendo un infarto, que por suerte, pudo ser atendido al momento. La mella de estos últimos años de la comida barata e insana, las preocupaciones y el sentimiento de impotencia habían debilitado su salud.

Lo primero que pensó cuando volvió a tener consciencia de sí mismo fue: “esto no va a quedar así”.

Al poco tiempo, intentó denunciar el hecho, incluso fue a la prensa y contó lo acontecido, creando cierto revuelto, pero, ambas iniciativas acabaron en la nada.

Buscando objetivo

Los siguientes meses, Baltasar, se dedicó a investigar a Borja, el cual, vivía sus juergas de fin de semana a todo trapo, de hecho, si no tenía suerte en el ligoteo, tiraba de cartera yendo con varios colegas a los mejores prostíbulos de Palencia. Tenía un mediocre rendimiento académico, los dos años que venía repitiendo primero de derecho los ahogaba en drogas, sexo y vivir del cuento.

La madrugada de un domingo del mes de julio, Borja, tras despedirse, de sus colegas, pasado de todo, se dirigió hacia su auto que estaba una calle más a bajo, en la esquina, junto a unos contenedores de basura. Al llegar, justo cuando iba a sacarse las llaves del bolsillo, Baltasar le reventó la cabeza con un ladrillo, de hecho quedó todo el lateral del coche salpicado de sangre, sesos y migas de hueso.

Pero, Baltasar, no se percató que alguien, un vigilante de seguridad que estaba realizando una ronda perimetral, se estaba acercando por una de las calles del cruce y lo había visto todo. El tipo no grito ni echo a correr, ni le dio el alto, que va, siguió acercándose tranquilamente y le dijo: «oye ¿tú no eres el Baltasar ese que salió en el periódico contando lo de su mujer verdad?»

Baltasar, jadeante por el nerviosismo, medio tartamudeando y con una mezcla de miedo y asombro, le responde: «Sí, y este es el hijo de Caín por el que no pudo ser atendida a tiempo».

A lo que Antonio, el segurata, le contesta: «lo conozco, es un mierda pijo que sólo da problemas a sus padres… bueno, daba, porque veo que lo has dejado fiambre».

Observando, vigilando

Y sigue: «Tranquilo, llevo semanas observando que lo estabas vigilando, espabila tío, si yo te veo, te pueden ver otros, pero te entiendo, yo, si tengo oportunidad, haré lo mismo con el yonki cabrón que le robó el dinero de la pensión a mi madre cuando lo estaba sacando del cajero, la tiró al suelo, la arrastro y le provocó una lesión en la espalda, además de una ruptura de cadera, que la ha condenado a vivir postrada en la cama».

Y finalmente: «Rápido, date prisa, vete y no olvides deshacerte de lo que llevas puesto, calzado y el ladrillo».

Baltasar, antes de salir por patas, le dio su número, por si precisaba que le echase una manita con el yonki… nunca se sabe.

El tratamiento de una persona adicta, por ejemplo, a la heroína, sin contar con el consumo paralelo de otras drogas, cuesta lo siguiente por persona:
Tratamiento médico, servicios integrados de apoyo social más la metadona: 8.000 euros al año.

Buprenorfina, más visitas médicas de supervisión: 8.000 euros al año.

Naltrexona administrada en un programa certificado de tratamiento de opioides, incluido el medicamento, la administración del medicamento y servicios relacionados: 15.000 euros por año.

Y eso… si no tiene patologías paralelas de carísimo tratamiento, como puede ser el VIH.

Ojo, esto no es lo más costoso, sino los continuos procedimientos de justicia penal que ocasionan, el tratamiento de bebés que nacen con dependencia de opioides, la mayor transmisión de enfermedades infecciosas y sus consecuentes tratamientos propios y a los infectados, el tratamiento de las sobredosis, las lesiones asociadas con la embriaguez (por ejemplo, por conducir bajo el efecto de drogas), la pérdida de productividad laboral y aumento de riesgos laborales para sí mismo y los demás.

Es decir, el dinero que se paga por el tratamiento de los trastornos por consumo de drogas es solo una pequeña parte de los costos que estos trastornos causan a la sociedad.

Para que se den cuenta de la dimensión del problema, según el último informe del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, España es el país con más prevalencia de cocaína. En base a sus datos, un 11,2% de la población de nuestro país, entre 15 y 64 años, es consumidora.

Somos champions en drogas, prostitución y deuda pública.

Si quieren hacerse una idea de la dimensión del problema: Informe

Nota: Son relatos de ficción con una pizca de verdad, tal vez, usted, avispado lector se cerciore de qué es qué.

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