Gorgona y las historias de terror en la isla Prisión que tuvo Colombia en el Pacífico

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La historia dice que la Isla de Gorgona estuvo habitada por una cultura precolombina alrededor del año 1300 antes de Cristo.

Por sus vestigios arqueológicos se supo que eran navegantes experimentados y se especializaban en la pesca. Esta tribu era proveniente de los territorios de los actuales departamentos de Nariño y Cauca.
También se conoce que en 1526 el piloto Bartolomé Ruiz avanza por orden de Francisco Pizarro al sur de su campamento en el río San Juan, y descubre la isla Gorgona. La misma serviría al año siguiente como refugio de espera para los Trece de la Fama, que eran trece personas que acompañaron a Francisco Pizarro en la conquista del Imperio inca, superando el momento más crítico de la expedición. tras el episodio de la isla del Gallo, considerando que Gorgona estaba más lejos de la costa y segura de ataques de los indígenas.

Pasó en Gorgona unos 7 meses, en los cuales muchos de sus hombres murieron por mordeduras de serpientes. Por ello bautizó la isla, antes llamada de Felipe, como Gorgona.

Desde Pizarro hasta la época de independencia latinoamericana la isla sirvió de estación de abastecimiento para las naves que iban de Panamá al Perú y viceversa.

En la década de 1820 Simón Bolívar le dio las islas Gorgona y Gorgonilla a Federico D’Croz, un sargento mayor de la Legión Británica, como reconocimiento a su labor en la Batalla del Pantano de Vargas durante la causa de Independencia – El 4 de junio de 1846 D’Croz estableció allí una finca.

Las islas pertenecieron a Federico D’Croz y a sus herederos hasta finales del siglo XIX, cuando sus hijos vendieron las islas Gorgona y Gorgonilla al comerciante de oro Ramón Payán.

Después de que estalló la guerra civil o Guerra de los Mil Días entre 1899-1902, Fidel D’Croz Satizábal, el nieto de Federico D’Croz vivió en la parte norte de Gorgona, y Ramón Payán, padre de Paulino Anchico Payán, quien estableció aserraderos en la costa del Pacífico, y construyó varios barcos de transporte, vivió en la parte sur. Ramón Payán construyó una próspera hacienda en la isla.

La familia D’Croz y la familia Payán vivieron en la isla Gorgona hasta 1960, cuando el presidente de Colombia Alberto Lleras Camargo (1958-1962) expropió las islas, con el pretexto de que las islas de la nación no podían pertenecer a particulares, y construyó allí una prisión de máxima seguridad.

La casa principal de la hacienda de Ramón Payán fue utilizada para alojar la dirección de la penitenciaría.

La isla Gorgona fue una prisión de 1960 hasta 1984, cuando el presidente Belisario Betancur (1982-1986) la clausuró; y las islas fueron declaradas parque nacional natural, principalmente para hacer investigaciones científicas. La casa de dos plantas que construyó Ramón Payán fue convertida en un museo y auditorio.

No obstante, desde 1985 la entrada a particulares ha estado restringida. No era posible visitar las islas sin un permiso, pero a principios del presente siglo el gobierno otorgó una concesión a Destino Pacífico, para dirigir las visitas turísticas y administrar un exclusivo hotel privado.

Penitenciaría de Gorgona

La construcción de la prisión se inicia en 1959, y se inaugura en 1960. Durante 23 años, los únicos que podían disfrutar del espectáculo de las ballenas jorobadas eran los presos de la Penitenciaría de Gorgona que, entre 1960 y 1983, albergó a reclusos de distintas partes del país. Hoy, los visitantes no sólo pueden gozar con total libertad del canto de las ballenas jorobadas, sino que pueden recorrer los vestigios de lo que fue la prisión más segura del país, pues teniendo como guardia al mar y de centinela a la selva, era difícil escapar de allí.

Antigua prisión de Gorgona

A la antigua prisión de Gorgona, llamada también la Alcatraz colombiana, eran enviados los reclusos más peligrosos de Colombia, generalmente condenados por homicidio y violaciones, pero también presos políticos. Cuando un recluso ingresaba a la prisión, perdía su identificación personal y, a cambio, le era asignado un número para ser identificado en la cárcel.

Durante su estadía, los reclusos sufrían constantes abusos por parte de las Autoridades y por parte de los otros reclusos. Además de lo anterior, tenían que convivir diariamente con serpientes venenosas y enfermedades tropicales que a menudo se llevaban la vida de muchos presidiarios.

Fugas

Durante el tiempo de operación de la prisión se presentaron 25 intentos de fuga, de los cuales solamente en tres ocasiones los presos lograron llegar al continente. Uno de ellos fue Eduardo Muñetón Tamayo acusado de ser guerrillero y tenía el alias de «El Papillón Colombiano», después de su fuga logró evadir la policía durante dos años y medio, hasta que en una ocasión en medio de tragos y por sus propias palabras fue identificado, recapturado y regresado nuevamente a la isla prisión.

La historia de Daniel Camargo Barbosa, conocido como «el sádico colombiano», es aún más espeluznante pues logró huir de la isla el 24 de septiembre de 1969 aprovechando la festividad de la Virgen de las mercedes, se escondió dentro de los matorrales de la isla burlando a las autoridades y con una pequeña balsa construida de troncos amarrados con bejucos y lianas de la selva, salió de la isla y llegó un día después a las costas del Pacífico. Aunque su dicha no duró mucho ya que tres años después fue recapturado y vuelto a ser enviado a la penitenciaría, hasta 1985, cuando se clausuró definitivamente el penal.

Daniel Camargo Barbosa

Daniel Camargo Barbosa nació en Anolaima el 22 de enero de 1930 y murió en Quito el 13 de noviembre de 1994, fue un violador y asesino en serie en Colombia y Ecuador.

Cuando no había cumplido ni un año, su madre murió. Su padre se casó con otra mujer, que tuvo problemas de infertilidad. Eso le provocó problemas mentales a la mujer que recayeron en el pequeño Daniel. De hecho, vistió a Camargo con ropa de niña y lo obligaba a ir al colegio vestido de esta manera. A pesar de todo esto, Daniel se destacó por ser un gran estudiante en el colegio León XIII de Bogotá. Sin embargo, sus estudios se vieron obstaculizados cuando dejó la escuela para ayudar económicamente a su familia.

Entrada en el mundo de la delincuencia

En 1960, Camargo se casó con Alcira Castillo. Había dejado atrás los problemas que vivió en su familia natal. En 1963 empiezan a aparecer cadáveres de niñas entre los 10 y 14 años en El Charquito, vereda ubicada al occidente de Soacha, Cundinamarca.

Su matrimonio se desmoronó cuando, en 1967, sorprendió a su mujer con otro hombre. En ese momento, el odio por las mujeres fue el motor vital de Camargo.

Según confesó años más tarde, consideraba al sexo femenino el culpable de todos los males que le habían acontecido en su vida.

Eso provocó que, a partir de entonces, Camargo, junto a su nueva compañera sentimental, comenzara a violar a jovencitas vírgenes a base de narcotizarlas previamente. Pero la policía consiguió detenerlo en 1968 e imponerle una pena de cinco años. A su salida, Camargo continuó con sus actividades criminales y volvió a ingresar en prisión, esta vez con una pena de 25 años en la isla penitenciaria de Gorgona.

De los veinticinco años iniciales, Camargo tan sólo cumplió diez ya que consiguió escapar en 1984 pasando tres días a la deriva sin agua y sin comida. Logró llegar a las playas de Ecuador.

En un país nuevo y donde no tenía antecedentes penales, Camargo empezó a cometer con total impunidad sus crímenes. Sus víctimas fueron de nuevo principalmente chicas jóvenes y vírgenes. Durante quince meses, la población ecuatoriana vivió aterrorizada por la presencia de un asesino, que despedazaba a sus víctimas.

La policía no encontraba pistas ya que el asesino era extremadamente cuidadoso en sus crímenes. Fue condenado por 72 asesinatos (todas sus víctimas eran mujeres y niñas), pero se cree que mató a más de 150 mujeres o incluso a más de 200. Existe una investigación detallada de sus asesinatos en el libro Los monstruos en Colombia sí existen del antropólogo Esteban Cruz Niño, en ella se cuenta parte de su diario personal y se establece que hablaba perfectamente inglés y portugués.

El final de las psicopatías de Camargo llegó en 1986. Una inspección rutinaria de la policía ecuatoriana detuvo a un hombre de aspecto harapiento.

Para sorpresa de los miembros del cuerpo de seguridad, descubrieron que, en la maleta que portaba, había numerosas prendas de ropa manchadas en sangre. En el interrogatorio posterior, Camargo confesó 71 víctimas. Después de un juicio sumarísimo, Camargo fue condenado a dieciséis años de cárcel y en prisión compartió patio con otro asesino serial prominente, Pedro Alonso López, llamado el Monstruo de Los Andes, quien se presume asesinó a más de trescientas niñas y jovencitas en Colombia, Perú y Ecuador.

Fallecimiento

Camargo no cumplió toda su condena ya que fue asesinado por otro recluso, Giovanny Arcesio Noguera Jaramillo, en el Centro de Rehabilitación de Varones N° 2 de Quito, el 13 de noviembre de 1994. Su asesino resultó ser el sobrino de una de sus víctimas.

El recluso Giovanny Arcesio Noguera Jaramillo, el 13 de noviembre de 1994, entró a la celda de Camargo, lo sometió y lo degolló. Como trofeo, Noguera le cortó una oreja al violador Camargo y la veló durante un año, según han contado antiguos guardianes de la prisión.

Elugencio, el recluso Gorgona que era inocente y terminó loco

El joven fue enviado a la temida cárcel y solo bastaron ocho meses para que perdiera la cordura. Un familiar, residente en Cartagena, contó su historia.

Cuentan que por las noches, en las viejas paredes de la cárcel se escuchan gritos de dolor, llantos incontrolables y uno que otro lamento.

Sus ojos eran verdes y tenían un brillo que más parecían dos pedazos de vidrio puestos frente a los rayos del sol. Siempre sonreía y nunca quería estar solo; cuando eso ocurría, se orinaba del miedo y esa sonrisa se convertía en un llanto incontrolable.

A veces lloraba con tanta fuerza que preocupaba a quién se encontraba con él por primera vez; y en otras ocasiones sus lágrimas bañaban su curtido rostro mientras lanzaba gritos de victoria, asegurando que tenía poderes sobrenaturales.

Elugencio Gelvez León perdió la cordura a los 19 años. Cuentan que era un chico guapo, que nunca le faltaban amores y gozaba de una inteligencia que lo hacía requerido por los más prósperos comerciantes del pequeño pueblo de Betania, en Santander.

De un momento a otro, de ese joven con gran proyección solo quedó un desquiciado que caminaba por las calles sin calzado, con un rostro indescifrable y con la mente puesta en eso que le arrebató la sensatez: la temible cárcel de la Isla Gorgona, en el pacífico colombiano, y que funcionó desde 1960 hasta 1984, cuando fue cerrada para siempre.

De la iglesia al infierno

Era enero de 1972 y Elugencio trabajaba con varios familiares en una finca, en Betania, en medio de una inmensa montaña en las afueras del pueblo. Los domingos descansaba y aprovechaba para ir a misa y tomarse unos tragos en la cantina de la plaza. En el último domingo del mes, el jornalero salió temprano de la vivienda en la que residía con su madre, una mujer enferma y de caminar lento. Se dirigieron a la parroquia.

Al salir de la iglesia, y cuando ya faltaban unas cuadras para llegar a su casa, tres policías se le acercaron y lo detuvieron frente a su mamá. Lo señalaron de abusar sexualmente y hurtarle las pertenencias a la hija quinceañera de un ganadero.

Elugencio intentó explicar que nada tenía que ver en eso, pero no lo quisieron escuchar, o por lo menos eso dicen en el pueblo. Era tanto el poder de aquel ganadero que el proceso judicial contra el joven se realizó en tiempo récord. El 15 de febrero Elugencio ya estaba en la prisión rodeada de maleza y aguas profundas viviendo una pesadilla.

Encerrado en una celda rodeada con alambre púa y paredes grises y humedecidas, Elugencio gritaba que era inocente. No comía, no dormía, tampoco le habla a sus compañeros. Con los días, la impotencia fue menos fuerte y dolorosa que la dureza de la terrorífica prisión.

Dejó atrás su deseo por demostrar que no era culpable y comenzó a sobrevivir. Las serpientes venenosas en su camarote eran ahora el motivo por el que no dormía. Tres días o más sin probar alimento le hicieron comer tierra de las paredes y a las semanas sus huesos sobresalían sobre los uniformes que eran distinguidos con números. Es que esa penitenciaría fue hecha bajo un atroz modelo Nazi, según historiadores.

Elugencio vio morir de raras enfermedades a varios amigos. Presenció una fuga fallida de 13 reclusos y a veces observaba por una ventana en la parte alta de la construcción el azul e imponente mar con su desfile de ballenas jorobadas.

Quería escapar o morir, pero no se decidía. Por los pasillos había historias de reclusos devorados por leones, orangutanes, tiburones y hasta ballenas. Los guardianes amenazaban con matar a punta de torturas a quien tratara de escapar, y no solo eran amenazas. Se estima que más de 150 reos murieron de esa manera. La cobardía reinaba cuando se trataba de guardianes despiadados.

Cada día era una escena dantesca en la vida de Elugencio y eso lo fue enloqueciendo poco a poco. Ver a un amigo de celda comerse a otro luego de matarlo fue lo que acabó con su razón. El joven dejó de ser el recluso callado, temeroso y ansioso de justicia. Ahora era un sujeto peligroso que intentaba escapar todos los días.

El santandereano se volvió un terror más para los internos y un problema para los guardias que lo dejaban inconsciente a punta de golpes cuando intentaba volar o trepar paredes como una araña. Todo esto ocurrió en menos de 8 meses.

En medio de la catástrofe de su vida, Elugencio tuvo redención porque desde Santander llegó a la cárcel una carta donde aseguraban que el joven era inocente y debían dejarlo en libertad. Lo enviaron a su casa, pero su madre había muerto de pura pena moral, por lo que el joven quedó vagando, convirtiéndose en el “loquito” del pueblo.

Dicen que mientras alguien le regalaba un plato de comida, Elugencia contaba lo que vivió en La Gorgona. También cuentan que el ganadero que una vez lo culpó siempre lo buscaba para darle ropa o alimentos, pero este lo rechazaba afirmando que él le acabó la vida.

Dos años después hallaron su cadáver en un matorral. Dicen que lo mató la fiebre amarilla, pero otros afirman que un conocido no soportó verlo en ese estado y acabó con sus días.

Hace pocos días me encontré aquí en Cartagena a un familiar lejano de Elugencio y me contó esta historia. También me aseguró que vio al pobre hombre en el matorral donde murió. “Tenía una sonrisa en el rostro, se veía feliz y tranquilo. Parecía como si la paz que le robaron hubiera vuelto a él”, relató.

La Isla Gorgona se convirtió desde mediados de los 80 en una reserva natural y un lugar turístico para amantes de la naturaleza, de la historia y de lo paranormal.

Cuentan que por las noches, en las viejas paredes de la cárcel se escuchan gritos de dolor, llantos incontrolables y uno que otro lamento, parecidos a los que Elugencio daba por las calles de su pueblo.

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