Y empecemos por España

Porque estamos en los albores de la Navidad de 2023 podría creerse que con esta serie de artículos que iniciamos con el presente, damos comienzo a su desarrollo con el recuerdo y el cariño hacia el pueblo latinoamericano y que por eso tiene alguna razón de ser, y probablemente así sea, aunque lo que pretendo es que los rescoldos de esa hoguera prendida en favor de un reconocimiento a quienes empleamos la misma lengua, nos acerquemos aún más aflorando sentimientos, reconociendo identidades, defendiendo principios y conservando realidades que nunca deben ser olvidadas.

Y la primera de todas mis consideraciones quiero dirigirlas a mis lectores españoles de nacimiento e incluso a quienes no sean habituales de nuestro periódico, españoles de toda índole y conocimiento.

Con más frecuencia de la deseada, el fenómeno de la inmigración ha sido entendida como un mal menor de quienes lo han tenido que practicar, sin caer en la cuenta de que la mayoría, por no decir su casi totalidad, lo han tenido que poner en práctica haciéndolo en clave de necesidad por mejorar su nivel de vida dejando atrás sueños por permanecer en su tierra, proyectos que les han surgido e incluso actividades en gestión porque las circunstancias de su residencia piensan que pueden mejorar esa vida que también creen que en su lugar les está negada.

Y nosotros, naturales de un país que tiene la hospitalidad por seña identificativa, no podemos, ni mucho menos debemos, caer en la baja intención de criticar ese fenómeno que representan los mismos seres humanos. El inmigrante latinoamericano está aportando a nuestro país una nueva formula para entender los problemas y buscar sus soluciones. Porque es cierto que muchos de ellos han venido a resolver los suyos, pero sin embargo son también los que han resuelto infinidad de los nuestros.

Los intercambios culturales, gastronómicos, industriales, científicos y de profundo sentimiento por lo que representan y nos trasladan, es algo que cambia a mejor por su incorporación a la estructura tradicional de un país que siempre ha estado dispuesto a aceptar como propias aquellas enseñanzas sin libros de texto que las prediquen. Somos muchos a los que este fenómeno ha cambiado la forma de entender la nueva vida, y personalmente doy las gracias a quien corresponda, incluso a quienes se hallen en el mundo del mas allá.

Por si alguien tiene alguna duda al respecto, que no se olvide de que un país que tuvo que convertirse en inmigrante como lo es el nuestro, recuerde que fuimos los que, a buen seguro, tuvimos que inventar la inmigración y nunca aceptamos el convencimiento de que el ser nómadas figuraba destacado en nuestro ADN. Fuimos para cubrir unas necesidades y en mejor o peor partida fuimos aceptados y reconocidos. Dicen por ahí que la necesidad tiene cara de perro, pues para qué mejor entender a los que ahora llegan a nuestra España, porque somos sus anfitriones aceptados por siempre jamás.

Cada uno de nuestros escritos se rubricará con una composición a base de texto y música de los diferentes países que visitemos, homenaje que haremos a quienes hablan entonando canciones.
Esta España nuestra puede estar representada por cualquier habanera o canción por poner un ejemplo, pero hemos querido traer el lamento y la esperanza de la inmigración en esta composición que en 1.927 creó el granadino Francisco Alonso a una letra de Emilio González del Castillo y que llamó “Maitechu mía”. Se trata de una apuesta con unos amigos vascos con quienes pasaban cortas estancias en los veranos de Fuenterrabía de la Guipúzcoa eterna. Allá apostaron que el compositor no sería capaz de escribir una canción tomando como base la música tradicional vasca. Alonso le pidió a su amigo González del Castillo que le escribiera una letra en esas condiciones para ponerle música y así surgió esta bella composición.

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