Siento indignación y desprotección. Como individuo y como mujer. Estoy harta de que algunos políticos se arroguen el monopolio de cual es la visión que tienen que tener los demás de mi o lo que me humilla. La falta de libertad es lo más vejante que puede haber para cualquier persona. Y el cierre de Temple en Magaluf porque una gogó forme parte del espectáculo y de la diversión me parece una chaladura de este neo-puritamismo laico que ha venido a salvarnos.

Que yo sepa, ser bailarina es una profesión voluntaria. La artista que hacía ese espectáculo en Temple no está esclavizada dentro de una red de delincuentes. Seguro que prefiere bailar en un musical de la Gran Vía. Obvio. Pero en la vida hay etapas para alcanzar muchos sueños y bailar es un arte. Claro que nos laicopuritanos ven ahora pecado en obras de arte que muestran un cuerpo desnudo o llaman «cosificación» a cualquier iniciativa que no parta de ellos.

Es lamentable que decidan que una actividad artística sea indigna para una mujer. Lo indigno, para empezar, es quedarse sin trabajo por una utilización retorcida y vengativa de unas autoridades locales. Quiero mostrar todo mi apoyo a los dueños de Temple Magaluf y a todos los trabajadores. Quiero dejar claro que el término «zona de excesos» tiene solo un significado para mi: los «excesos» que cometen los «amos» de las instituciones y sus oscuros intereses.

Mucho cuidado esta temporada: Bailar estará prohibido, como en la película «Footlose» porque por ahí entraba el demonio. Que Dios nos guarde de este feudalismo impropio de un lugar que es una joya del Mediterráneo.

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