«Sara Carbonero enamorada de nuevo, dándose besos de pasión en plena calle con su amado»

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Paquita se acaba de sentar en la terraza del bar que hace esquina con la calle pasaje particular de escorca, en el Rafal Nou, hay un pestazo a marihuana y varias pandillas de adolescentes compiten para poner reguetón a un volumen más alto, pero es su ambiente, ella ni se entera, está entusiasmada con las nuevas noticias, que ahora, en vez de leerlas en las revistas de antaño, lo tiene aparentemente gratis en su móvil gracias a los periódicos digitales: «Sara Carbonero enamorada de nuevo, dándose besos de pasión en plena calle con su amado», «Xisca Perelló y Rafa Nadal esperan su primer hijo», «Kiko Matamoros se salva de la nominación de ‘Supervivientes»… Al poco llega su vecina y amiga Dolores, con todo su atuendo de Zumba, pues acaba de darse unos bailes en el polideportivo, claro está, con la música que está más de moda, me refiero a todo el repertorio de Shakira. Se piden una tabla de jamón y queso con una bandeja de «pan con tomaca», dos cañas y una de aceitunas, acto seguido, mientras esperan, se fuman unos pitillos y empiezan a ejercitar el músculo más entrenado que poseen: La lengua, con la que despellejan a todo ser que entre en su radio de percepción.

Justo encima del bar, en el primer piso, vive Norberto, de 87 años, un jubilado que detesta el pestazo a tabaco y porro que emerge de la calle, se siente terriblemente frustrado por no poder respirar en su casa un poco de aire limpio, para él, escapar de esto es complicado pues sus articulaciones sufren mucho y no dispone de ascensor, bajar las escaleras y dirigirse al parque es un doloroso periplo, salvo cuando viene su hija mayor y le ayuda y lo acompaña con paciencia para que se ejercite un poco. Así que se queda casi todo el día en casa. Por lo menos dispone del aparato sencillo de mp3 que le regaló hace unos años su nieto, con el que puede mitigar el reguetón de fondo con lo que le gusta realmente, el flamenco. Se siente muy solo, la mayoría de sus amigos, hermanos y primos han muerto, de hecho, cuando suena el teléfono, se le encoge el corazón, sabe que las buenas noticias cada vez son menos.

En uno de los bancos de la calle, un bullicio de jóvenes se concentra, uno de ellos, Carlos Alberto, de 15 años, está liando un canuto con mucho arte. Son mimos unos de los otros, se calcan el peinado, la forma de vestir y hablan con la misma jerga. Pero Carlos Alberto cree que no es como los demás, él sólo finge y aparenta serlo para sobrevivir. Lo que no sabe, es que la mayoría piensa y siente lo mismo que él. Todos intentan sobrevivir a los egos de unos y otros, sin un modelo bien definido de personalidad, con las hormonas supurando por los poros… Un Mercedes de última generación con los cristales tintados y el volumen de la música a tope se acerca a ellos, se abre la puerta de atrás y Carlos Alberto entra, el coche arranca y se dirige al Patronato Obrero. Dentro, va a rendir cuentas de todo lo que ha conseguido «colocar» en el instituto estos días, bastante por cierto, la peña estaba un poco estresada con los exámenes finales.

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