Ya, con más fuerzas, un poco más despierto, tras el café y las tostadas, en vista de que no hay nada mucho mejor que hacer, salvo gastar y gastar dinero, he decidido, ir a descansar un poco y repetir la noche en el monasterio, esta vez algo más preparado, más ropa de abrigo, incluso algo para comer y beber durante la noche. Según la previsión del tiempo, va a estar despejado, por lo menos un buen espectáculo de estrellas está asegurado. Lo demás, ni quiero pensarlo, sólo de eso ya se me eriza la piel, pero hay que vencer el miedo, si ha sido sólo un sueño que ha dejado pruebas misteriosas o alguna visión fuera de lo normal de algún suceso anterior, vete a saber de que año.

Hay un poco más de media hora andando hasta la cima, así que un poco antes del atardecer emprenderé otra vez el ascenso. Mientras voy buscando algo de ropa de abrigo, una linterna y algo para poder comer y beber.

Ya más descansado, va siendo hora de que vuelva a subir al monasterio, a ver como se presenta la noche, en la calle sigue la gente con sus idas y venidas, sus prisas para no ir a ninguna parte, hasta que por fin salgo de la ciudad, tomando el camino que sube a las ruinas, tal como voy avanzando se ven todavía los restos de la maleza destrozada, las rozaduras frescas sobre las piedras, tal como lo había dejado por la mañana.

En cada sitio su monstruo preferido

La tarde estaba serena, el sol intentando encontrar el camino para su puesta, detrás de las montañas, un atardecer precioso, con todos esos colores anaranjados y sus extrañas formas al mezclarse y teñir las pocas nubes de ese naranja especial, tirando a rojo. Paré un momento, los atardeceres siempre son un gran espectáculo, una mezcla entre la nostalgia de perder el día y la incertidumbre que nos da la oscuridad, miedos inculcados desde pequeños, el hombre del saco, gente violenta, asaltantes, en cada sitio su monstruo preferido, para infundir ese miedo irracional, quizás deberíamos pensar en como invertir eso y en lugar de inculcarnos el miedo nos tendrían que inculcar el saber enfrentar las dificultades en esa oscuridad.

En fin, son sólo pensamientos y se quedan ahí, luego luego poco hago para hacerlo realidad, además, todo el universo se pone en contra de que cambies las costumbres ancestrales, aunque sea para mejor o probar algo nuevo.

Luego nos quejamos de como los elementos de poder nos mantienen en el miedo, así, sometidos, sumisos y creyéndonos todas sus mentiras y patrañas y al que se rebele la vida se le amarga hasta que desaparece o abandona esas ideas “raras”.

Espectáculo de estrellas

Llego a las ruinas, todo sigue como lo había dejado, adecué un poco el mismo rincón, esta vez ya con más abrigo para afrontar la noche, volver a disfrutar del espectáculo de las estrellas, prometía ser bueno también, como tantas otras noches.

Me senté en el suelo, mejor dicho, sobre la esterilla que había traído, saqué algo de la mochila para comer, unas galletas, algo de fiambre y la botella de agua que casi siempre llevo cuando salgo de casa.

Mientras estaba cenando, un frío intenso, húmedo, se calaba en los huesos, de repente, salida de la nada una espesa niebla, en pocos segundos ya no se distinguían ni los muros, ni tan siquiera los restos del techo que había por los suelos, no era momento para volver, podría ser peligroso y perderme dentro del bosque, mejor esperar a que se vaya.

Me abrigué bien, disponiéndome a pasar la noche en ese rincón, olvidé las estrellas, no se veía nada de nada, seguramente me dormí pronto, sólo recuerdo que me acurruqué y tapé lo más posible, la humedad hace que el frío sea mucho más intenso…

Una potente luz me está cegando, viene de arriba, el ruido parece de un helicóptero, unas personas uniformadas, con linternas y pistolas, una voz que me ordena levantarme, no les veo las caras, sólo sombras detrás de las linternas.

El helicóptero

Intento levantarme, sin darme ni cuenta, me agarran de cada brazo y me levantan en volandas, me esposan las manos a la espalda, me llevan a un claro que hay cerca de las murallas, veo descender el helicóptero, me meten dentro sin miramientos, me dejan en el suelo tirado sobre el frío metal.

Noto como nos vamos elevando, nadie da explicaciones, como mucho con las botas comprueban cada dos por tres que siga ahí tirado. Nadie habla, ni tan siquiera entre ellos. Llevamos ya bastante tiempo volando, para mi una eternidad, mil pensamientos, todo incierto.

Aterrizamos, dónde, ni idea, seguía la espesa niebla, una voz ¡Abajo! Y un tirón fuerte, agarrado por los dos brazos, los pies casi arrastrando, no me daba tiempo a seguir sus pasos, una puerta metálica, un portazo, un pasillo oscuro, tenues luces que intentan iluminarlo, lo justo para no tropezar con los obstáculos.

Una sala, también en penumbra, una mesa, dos sillas, me sientan en una de ellas, sigo con las manos esposadas a la espalda.

Me dejan solo, un silencio atroz, sólo escucho mi respirar, los latidos de mi corazón, cada vez latiendo más fuerte, una vocecita en la cabeza diciéndome, tranquilo, calma, pero mi mente ni puñetero caso le hacía, de cada momento más ideas y pensamientos extraños, vueltas y vueltas para intentar adivinar lo que estaba pasando, cuanto más tiempo pasaba, más desesperado.

¿Qué está pasando?

No entendía nada, no había hecho nada, sólo había subido a ver las estrellas, que con la niebla, ni eso llegue a ver.

Desesperado, salió de mi boca un grito, ¡¿qué puñetas pasa, no entiendo nada?! Retumbó en las paredes, como el eco retumbaba en mi cabeza, era como una pelota de esas que tanto botan al lanzarlas, daba en la pared, volvía a la cabeza y así repetidamente, no paraba. Mientras, en la sala, después de mi grito, silencio, nada de nada, solo el pasar de un tiempo eterno, nadie entraba, nadie decía nada.

A mi desesperación, las ganas de orinar que me estaban entrando, no había baño, sólo podía hacerlo ahí dentro, quería aguantar, estaba temblando, quizás de frío, de miedo, todo junto… Acabé orinándome encima, seguía con las manos en la espalda esposadas, es como si quisieran aumentar mi humillación viendo como lo hacía…

Tras una eternidad, se abre la puerta metálica, entra alguien uniformado, cara tapada con un pasa montañas, todo de negro, lo poco que se vislumbraba.

La extraña pregunta

Se sentó en la otra silla, encendió la lámpara enfocándola a mi cara, sólo veía la luz, nada más, estaba prácticamente cegado.

Él, seguía en silencio, intimidatorio, como haciendo que me desesperare, lo hacía, le estaba saliendo bien.

¿Porqué lo has hecho? Me pregunta, en todo suave. Se vuelve a quedar en silencio.

Ahora mi cabeza dándole vueltas, ¿a qué se refiere, que quiere que le responda?…

¿Qué he hecho el qué? Yo no he hecho nada, que yo sepa.

No hay respuesta, sigue en silencio, minutos interminables esperando una respuesta que no llega.

El tiempo ya no existe, en su lugar, el miedo

Se levanta, despacio, sin prisa, empieza a dar vueltas por toda la habitación rodeándome una y otra vez. Es como si quisiera ponerme todavía más nervioso, y le funciona, no voy a negarlo.

Sigue dando vueltas, sin acercarse, he perdido la noción del tiempo, ya no sé si es de día, de noche, ni qué hora es, simplemente ya no existe eso que llamamos tiempo, lo que hay es el miedo que ya llevo en el cuerpo, sus pasos retumban en mi cerebro.

Se sienta de nuevo, como antes, callado, ni una palabra, no le veo la cara, pero siento que me mira, observa el más mínimo movimiento de mi cuerpo, mi rostro, mi respiración.

Se levanta, se acerca, me agarra del pecho, me levanta de la silla, me chilla preguntándome otra vez, ¿porqué lo has hecho? Pregunto de nuevo, desesperado, ¿el qué? Me suelta otra vez sobre la silla, ve el charco que había dejado, se le nota una sonrisa de oreja a oreja. Sigue en silencio. Empieza a dar vueltas lentamente por la habitación, vuelven a retumbar sus pasos en mi cerebro. Se acerca a la puerta, abre, cierra sin dar portazo, se va.

Otra vez ahí solo, esperando el no sé qué

Toda espera desespera, yo cada vez más desesperado y cada vez entendiendo menos todo lo que está pasando. Mi mente dándole vueltas a la pregunta, ¿porqué lo has hecho? Sigue dando saltos ¿El qué?, una y otra vez. Es como si quisieran volverme loco, ya poco les falta. Y aunque una vocecita me dice, ¡Aguanta!, mi cabeza está a punto de estallar, lo peor, sin saber el porqué.

Los brazos y las manos, doloridas por el tiempo que llevo esposado con ellas a la espalda, poco a poco más insensibles a las órdenes de mi cerebro, los rugidos de mi estómago como los de una manada de ñus hambrienta en plena sabana, mi garganta reseca, al pasar la saliva por ella más se parece a una piel de lija que araña todo lo que se le acerca.

Al cabo de un buen rato, se abre la puerta de nuevo, ponen dos platos de plástico sobre la mesa, uno con algo espeso, no identificado y otro que parecía agua, no me dio tiempo a verlo, volvió a salir y se apagaron todas las luces.

Me levanté de la silla, buscando con la nariz los platos, sobre todo el del agua, mi garganta me lo pedía a gritos, no me veía, pero parecía un perro bebiendo, absorbiendo el agua que ahí había. Ya un poco más tranquilo, busqué el plato de la comida, estaba fría, era un puré insípido, imposible distinguir de qué estaba hecho, también, como un perro, con el hocico metido dentro la comida, por llamarle algo.

Ahora, con la cara llena de comida, relamiéndome los labios y todo lo que alcanzaba la lengua, más bien poco, para ser más exactos.

Incertidumbre total

Al rato, no sé que habría en la comida o el agua, me encontré agotado, sin fuerzas, buscaba la silla con una de las piernas, no la encontraba, me apoyaba en la mesa con el pecho, no encontraba más apoyo, hasta que caí al suelo…

No sé el tiempo que pasó, sigo sin saber si era de día o de noche, ni la hora, sigue todo oscuro, pero noto las manos delante, si bien seguían las esposas puestas, busqué la mesa o la silla para apoyarme, ahora ya tenía las manos, si bien limitadas, pero ya era algo de apoyo, encontré la pata de la mesa, me agarro a ella para poder levantarme. Tanteando, busqué la silla para sentarme, por lo menos que no se note tanto la humedad del suelo, creo que caí en mi propio orín, por lo menos a ello apestaba. Busqué sobre la mesa tanteando con las dos manos, no encontré nada, ni la lámpara, ni los platos.

Vuelta a empezar, la espera, de nuevo, se hacía interminable, silencio, oscuridad, la cabeza peleando entre el no pensar en nada y el pensar en todo, lo pasado, el posible futuro o desenlace, un sin fin de cosas que mejor se mantuvieran en silencio y quietecitas. Pero nada, seguían mis quimeras revolviendo todo, sobre todo, ¿Qué quieren de mi? ¿Qué es lo que dicen que he hecho? ¿Porqué yo? ¿Porqué tanta espera? Etc.

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