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Si la respuesta tiene que darla algún nihilista que, según Nietzsche, abrazado al nihilismo convencido, asegura que son los que prefieren creer en la nada a no creer nada. 

Y es evidente que no es lo mismo. Los que en nuestra esencia real nos encontramos en los fundamentos más que en los principios del cristianismo, creer en la nada es tanto como reconocer que los que así piensan niegan su propia existencia. Por su parte, no creer nada es uno de los postulados al que se abrazan los agnósticos y muchos más los ateos, por referirnos al compartimiento religioso de nuestras vidas.

El nihilismo puede ser considerado el recurso de los cobardes más que una teoría filosofoexistencial. Sobre la nada, no hay debate, no hay el qué investigar, solo el recurso al abandono de cualquier esfuerzo, porque desde el principio la pregunta puede ser: ¿y para qué? Las expresiones siempre aclaran muchos conceptos: “Yo, te lo di todo y tu me diste NADA”.

Friedrich Wilhelm Nietzsche, es un filósofo, filólogo, músico y poeta que nace en Alemania a mediados del siglo XIX y fallece apátrida en el verano del primer año del siglo XX. Es hijo de un pastor luterano que muere cuatro años después del nacimiento del niño. Según sus propias confesiones, vivió muy de cerca la enfermedad de su padre “cuando aún estaba formándose mi conciencia… Era un reblandecimiento cerebral” y “algunos meses después perdí a mi único hermano…” Pues la nada si que existió aunque lo que digo sea un auténtico contrasentido.

Su vida se movió entre expresiones por hechos sucedidos que le apartaba cada vez más de la interpretación de la realidad y le acercaba aceleradamente al pensamiento.

Tuvo muchos seguidores de sus teorías proclives al momento en que vivía y dadas a conocer a partir de su aproximación al pensamiento de algunos intelectuales como Arthur Schopenhauer.

Sus seguidores e incluso admiradores estaban sometidos a unos continuos ir y venir por la aceptación de la defensa de sus postulados y el abandono de los mismos conceptos que anteriormente defendía. Richard Wagner fue un ejemplo para él junto a muchos intelectuales, literatos y filósofos de la época. El compositor, gloria del pentagrama musical alemán pasó de ser uno de sus más convencidos defensores, aunque compartía también algunas excepciones a sus teorías, a desprenderse de su apoyo y consideración. La composición de Parsifal la consideró como un auto litúrgico para el Viernes Santo y según manifestó ofendió profundamente su sensibilidad. Wagner en la línea de la religiosidad y Nietzsche en la contraria.

Su radical aplicación de las teorías nihilistas le enfrentó a quienes mantenían posturas diferentes, y sus libros en su primera edición alcanzaban tan solo los 50 ejemplares por título. La publicación de la primera parte de “Así habló Zaratustra” certificó el alejamiento del pensamiento de Schopenhauer y el apoyo de Wagner. 

Si en siglo VI a.C. hubiera convivido con el matemático y filosofo griego Pitágoras de Samos, sus desencuentros en materia conceptual y de la realidad del mundo en que se viven principios y teorías, hubieran sido épicas.

Discútale al genio griego como partir y crear algo si se está en la nada. Desde la nada, esto es el 0 matemático, puede surgir algo, pero si se está en la nada, nada puede construirse porque esa nada no existe.

Desde su convencimiento filosófico, el cristianismo consumó la separación entre Dios y el mundo devaluando las voluntades del pueblo y acercándolo hasta ponerlas en las manos de la nada.

En sus conclusiones nihilistas, sentenció: “Todos los dioses deben morir” y declara “como mortal al Dios del monoteísmo judeo-cristiano» añadiendoque ese monoteísmo es “un mínimo de interpretación poética del mundo”.

El filósofo y antropólogo francés Jean Paul Ricoeur le definió junto a Karl Marx como “maestros de la sospecha”.

Mi cerebro no ha discurrido por los bellos y tortuosos caminos de la filosofía ni tampoco por la filología, probablemente porque siempre entendí que esos caminos me conducían a un sin fin de opiniones muy lejanas de la realidad. Los postulados filosóficos son imprescindibles para conseguir que en algún lugar del cerebro se entremezclen conceptos diferentes sobre un mismo hecho. Prefiero utilizar la clave poética asonante para buscar el apoyo de cómo vencer algunas insensateces, y ahí, mira que sí quiero abocarlas a la propia nada.

Dios no ha muerto, porque Dios no es un concepto. Dios no atesora ninguna imagen, y si algún día la tuviera a mi vista, Él dejaría de ser mi Dios. Los que sí creemos en algo más que la nada, llenamos nuestro pensamiento con la riqueza de los testimonios de la historia que nos han llegado en forma y manera. Dios es aquel que no me habla en respuesta a alguna pregunta que nunca haré, sino el que a sabiendas por mí mismo de que ÉL está ahí, reflexiono y opino en el devenir de la vida.

Claro que los que están encasillados en la nada difícilmente podrán entenderlo porque la nada no es ni siquiera eso: NADA.

DIOS NO HA MUERTO, lo puedo asegurar.

1 pensamiento sobre “¿DIOS, HA MUERTO?

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