Adiós a las armas
No es violenta la herramienta que sirve para cultivar y dar de comer a la población. Pero un aparato que ha sido fabricado solo para matar (con la excusa que sea), a eso se le llama arma y sirve para lo que sirve, para matar. Y si además de hacer de las armas un oficio, quien las porta, las defiende y las usa, encima se hace llamar cristiano, budista, judío, mahometano o lo que sea, ¿dónde está la enseñanza espiritual en todo esto, enseñanza que en la práctica no es más que amor al prójimo?.
Ética o religiosidad contradictoria
Todo esto hace pensar que, hasta el mismo ateísmo supera con creces esta ética o religiosidad contradictoria que alardea la sociedad, precisamente porque en sus justificaciones sobre la guerra, no se encuentra a Dios por medio, aunque si la ley animal del más fuerte, algo que de igual modo nos lo deberíamos hacer mirar, ya que ni la democracia, ni la justicia, ni valor o derecho humano que se ponga delante como excusa para usar arma alguna, es justificable cuando se trata de llevarse la vida de un ser vivo por delante.
La ética filosófica o la espiritualidad, nada tienen que ver ni con las organizaciones religiosas ni con ningún «ismo» ideológico
Comprendamos de una vez por todas que la ética filosófica o la espiritualidad, nada tienen que ver ni con las organizaciones religiosas ni con ningún «ismo» ideológico, que en sus contradicciones, siempre han tratado de justificar lo injustificable. La no violencia no es una chapa pacifista o medalla a colgar en el cuello, sino la mejor forma de vivir en coherencia con uno mismo y con los demás; en una palabra, la mejor manera de que la humanidad sobreviva a sí misma.
Eso sí, para reclamar que cese la violencia externa, es imprescindible empezar a trabajar en serio nuestra violencia personal interna, la más difícil, la que nos hace estar en una permanente guerra con nosotros mismos y también con el mundo. Si la interna no cesa, siempre quedará el ascua que encenderá la guerra externa, la del genocidio de los inocentes.
