Así en la tierra como en el cielo, un paraíso aquí abajo

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Ali le había entregado su manuscrito una semana antes. Germán le decía en tono imperativo:

—Lo he leído de principio a fin, matarlo no hará que lo olvides, vive el amor y tenlo siempre presente, su recuerdo, su voz, sus gestos, su cara, su piel… hasta permítete volver a verlo. Estamos aquí, estás recostada en el diván y te estás preguntando una y mil veces por qué lo mataste, creo que pensabas que era lo más fácil y créeme, no lo es.

¿Catarsis o locura?

Ella hizo un bollo con las últimas hojas del manuscrito, Germán, su psiquiatra, le había recomendado escribir como catarsis lo que deseaba superar y ella decidió matarlo en un libro, no podía haber sido más drástica.

—Siempre supe que no debía hacerlo, pero entre el deber y el querer hay un puente que a veces se rompe y caes en un lado o en el otro, yo sentía la necesidad de eliminarlo de mi vida, aunque usted crea que no debía. Algo me decía que si volvía junto a él podíamos sufrir un desencanto y perdernos para siempre, y no quiero perderlo, Ali no desea perder a Iván; ella quiere quedarse con la idea de que su amor nunca morirá y que tal vez en el cielo lo vuelvan a vivir tan intensamente como en la tierra, dejando así espacio a la eternidad.

—German continuó —no dije que no debieras, yo creo que no querías matarlo, pero «debiste» hacerlo para lograr poner fin a algo que no supiste aceptar por inseguridad: “tu amor por él”. Ali desea superar sus miedos, en ningún momento te dije que escribieras sobre superar tu amor por Iván, el amor no se supera, se siente tan adentro que es imposible arrancarlo de cuajo y siempre queda una marca, aunque con el tiempo logres ir acostumbrándote a vivir sin él. Amas, aunque sufras, sufrir es humano y el humano es quien ama y se arriesga a ello cada día de su vida; amas aún si debes dejarlo ir.

Se hizo un silencio que duró por varios segundos, Ali permanecía inmóvil en el diván y los ojos de Germán no produjeron ni un solo pestañeo, mientras esperaba alguna reacción de ella, algo que no ocurrió.

Aceptación

—Solo aceptando ese sentimiento y corriendo ese riesgo te sentirás una persona libre, porque al menos habrás intentado darle un cobijo real a tu corazón, habrás oído sus latidos, habrás escuchado su necesidad y su sed de lucha, lucha por aquello que le pertenece, ese sentimiento que no debe ni tiene por qué morir.

—Ya sé, quise quitarle a mi corazón el derecho a sentir…

—No se lo arrebates, simplemente sé tú y arriésgate; no te ocultes tras esa armadura de miedo; ama hoy y vive hoy el amor, en la vida real, como se presente, lo que pase después no hará que pierdas nada, al contrario, te hará ganar un aprendizaje, una experiencia y hasta puede que las cosas salgan bien y ganen juntos esa batalla, pasando a formar parte de la vida del otro para siempre. Te lo vuelvo a repetir, el amor no es algo que debas superar, lo que superas, una vez vives el amor, ya sea quedándote a su lado o dejándolo libre, es el miedo a sentir y la negación de su existencia en ti. El amor que una vez sentiste seguirá viviendo, más allá de todo. Y como se suele decir, si acaba bien, no acaba…

La llamada

Su móvil sonó, quería que fuera él y lo era.

—¿Es Iván, Ali?, lo veo en tu mirada.

—Sí, lo es.

Ali bloquea el micrófono del teléfono por unos instantes.

—No sé qué contestarle, me dice que viene a España, pero los dos sabemos que esto no es una respuesta que pueda darle en un minuto.

—Solo tienes que decirle lo que sientes y lo que sientes es que te mueres por abrazarlo, ¿no es cierto?, pues entonces sé consecuente y pregúntale para cuando lo esperas.

Ali hizo caso a su psiquiatra, confiaba mucho en él y le dijo a Iván que lo esperaría. Iván no podía creer su respuesta tan rápida, estaba entusiasmado, aunque no quería confundir los tantos, pero ya estaba liado, el corazón se le aceleraba con su voz, acababa de colgar el teléfono y ya la necesitaba, necesitaba tocarla… le urgía… sí le urgía… tocarla para saber que no era un sueño y así calmar la sed de ella que lo encendía por dentro.

¿Los amigos se desean?

Una semana después…

—Hola amiga—dijo él, en una inesperada llamada de medio día —anoche soñé contigo…

—Hola «amigo» —contestó ella en tono irónico, tras haber pasado días pensando en su venida, sin lograr pegar ojo —este juego que jugamos tú y yo no tiene fin, estamos en un bucle de nunca acabar, te confieso que te he pensado mucho y no me hace falta estar frente a ti para tenerte dentro, sentirte tocarme hasta el alma, el calor se eleva por sí solo o no tan solo, con tus palabras y el saberte del otro lado, saber que me deseas, que me extrañas como yo a ti y a veces más —dijo ella, más segura de sí misma que nunca—. Él solo pudo callar y otorgar el protagonismo al silencio, acompañado de un pequeño suspiro, dejando entrever un sí casi imperceptible al oído pero intenso en el sentimiento, ondas de energía que atravesaron la red y enviaron más calor a Ali, que se encontraba del otro lado del teléfono, impaciente, hasta que de repente, sin previo aviso, la comunicación se perdía, volviendo la incertidumbre…

Noviembre dulce

Dos horas después, Ali acababa de sacar unas palomitas del microondas cuando tocaron el timbre, ella dejó el mando de la tele en el sofá tras darle al botón de pausa y se preguntó quién podría ser, no esperaba a nadie y no tenía ganas de abrir la puerta, sus ojos manchados con el rímel de la noche anterior develaban su desvelo y sus cabellos despeinados sus pocas ganas de empezar el día. Abrió la puerta y él se le abalanzó plantándole un beso, ella, con la boca aún abierta por el asombro, cerró los ojos y lo abrazó fuerte, al mismo tiempo que lo besó en todos los ángulos de sus labios, hasta que algo la hizo apartarlo de su cuerpo por un momento en señal de rebeldía, se miraron por un milisegundo y ella, llevándose las manos a la cabeza, le hizo un gesto de «me vuelvo loca, esto no está pasando» y él con las dos palmas mirando al cielo, encogió los hombros, la miró fijamente y ambos sonrieron e intentaron rematar ese beso pero continuaron sin poder darle fin.

Él se quitó la mochila y empujó a Ali por todo el pasillo hasta llegar al salón, la lanzó sobre el sofá, ella apretó por accidente el mando de la tele con sus nalgas, haciendo sonar la canción de la película que estaba mirando minutos antes, “Noviembre dulce” (ni que todo hubiera estado planeado para ellos), él besó su cuello suavemente, su clavícula, su pecho, luego rodeó su cintura, llegando al extremo superior de su falda y la deslizó suavemente hacia abajo, tras desabrochar el único botón que tenía, presionó fuertemente sus caderas y cuando estuvo a punto de ponerse encima de ella, el timbre volvió a sonar… se miraron y no hicieron caso.

Latidos al unísono

Él apretó con fuerza su pelvis, pegándose a ella, aunque aún vestido. Segundos después, la giró y se dejó caer por completo sobre su espalda, la besó de arriba a abajo, el cabello de Ali pedía un delicado tirón, que posteriormente recibió, él lo cogió con su mano derecha y con la izquierda movía las caderas de Ali al ritmo que marcaban sus latidos… los latidos de ella se empezaron a acelerar cada vez más, hasta que, casi sin darse cuenta, se encontraba totalmente desnuda. Iván, con toda su hombría a flor de piel, jugó a zambullirse y salir a la superficie para acariciar los bordes de su identidad femenina las veces que fueron necesarias.

Un estallido de amor

Entre el sudor, la humedad de su esquina mejor y los gritos de ella, se perdieron por completo en un estallido conjunto, incapaz de pedir permiso, ni esperar, juntos y a tiempo, como si hubieran medido cada gemido para terminar gritando al unísono todo lo que se extrañaron y lo que eran capaces de amarse…

—Cuando es tu mitad, todo es intenso y por más de que quieras evitarlo, no puede ser de otra manera… —le dijo ella, y se encendió un cigarrillo, tras tumbarse en la cama boca arriba, feliz y exhausta—. Él se levantó y empezó a vestirse. Ella no entendía nada y se asustó un poco, pero él, con una sonrisa pícara le dijo —pienso prepararte el mejor desayuno de tu vida, el primero de muchos…

Se escucharon pasos alejarse detrás de la puerta, Germán se marchaba diciendo en voz alta — hoy no habrá terapia, estás sanando, Alice…

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