Un mundo de tramposos… Y cada vez son más

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El que no tiene valor para desinhibirse en una discoteca bebe alcohol para tener el valor y desparpajo de dirigirse a una persona para ligar, el estudiante mediocre se mete anfetas para aguantar las incontables horas de estudio que su escasa capacidad intelectual le obliga a sufrir para aprobar, el enclenque físico que se disfraza de cachas de gimnasio metiéndose anabolizantes para inflar su denostado ego en una playa.

Ahora, en este mundo de tramposos, de mediocres, se ha puesto de moda la ‘cocaína de los pobres’, un medicamento que esnifan, el Rubifen, utilizado para el tratamiento TDAH, todo para poder aguantar más en una fiesta… Tristemente, esto conlleva luego un terrible bajón y, en muchos casos, una rápida adicción.

El que no tiene dotes naturales quiere tenerlos como sea, unos se ponen alzas en los zapatos para parecer más altos, otros cirugía estética para ser más esbeltos… Botox para las arrugas.

El vulgo, representante de una vampírica búsqueda adictiva de hedonismo fácil en un contexto de cinismo nihilista.

Un catálogo de tramposos sedientos de autoestima que prefieren vivir esclavos de la imagen artificial de lo que no son, antes que crecer intelectual y espiritualmente.

Vidas vacías de contenido que no ven más allá del orgasmo de sus pajas mentales.

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