¿Tiene usted idea de la cantidad de monstruos humanos con los que convive, que tienen una apariencia totalmente normal, pero usted, se cruza cada día con varios de ellos?
Ni se imagina los que puede usted llegar a conocer en los «gloriosos ejércitos», en los partidos políticos, en las cúpulas de gobiernos, sindicatos, principales religiones y grandes corporaciones.
Se calcula que en España, un país de poco más de 47 millones de habitantes, hay más de un millón de «psicópatas puros» y entre cuatro y cinco millones de «psicópatas normalizados o integrados», entre narcisistas, trepas, maquiavélicos o malvados, según diversas investigaciones, entre las que destacan las del profesor de la Universidad de Alcalá de Henares Iñaki Piñuel.
Un ejemplo de hace unos pocos años tal vez haga que decida revisar su optimismo social respecto a que este mundo está bajo un cierto grado de «control».
Les voy a hablar de Andreas Günter Lubitz, que fue un copiloto de aviación alemán, con rasgos de psicópata, que decidió suicidarse acompañado por los pasajeros del avión Airbus A320-211. Partió de Barcelona el 24 de marzo de 2015 a las 10:01 hacia Düsseldorf con 149 personas a bordo y contando al monstruo 150. De éstos, 35 eran españoles.
Simplemente cerró la puerta de la cabina cuando el primer piloto fue al baño, bajó la altitud y aumentó la velocidad del aparato hasta estrellar el avión contra los Alpes franceses. Según una de las cajas negras, no se alteraron lo más mínimo sus constantes vitales.
Su expareja afirmó que Lubitz le había dicho: «Un día voy a hacer algo que cambiará todo el sistema y así todos van a saber mi nombre y recordarlo».
Otros casos conocidos fueron el de José Bretón o los padres de Asumpta Basterra, capaces de asesinar a sus hijos sin remordimiento alguno, «personas» calificadas por su entorno como personas normales, vecinos ejemplares y profesionales destacables en sus profesiones, nunca nadie imaginó que podría pasar algo así.
Gran parte de los psicópatas que existen en España, se encuentran entre nuestros jefes, colegas de trabajo o vecinos, muchos de ellos, los más inteligentes entre los crueles, seguramente comenten crímenes que nunca son resueltos y, mientras, los más normalitos, se comportan como depredadores emocionales, sociales y psicológicos.
Según las últimas investigaciones los expertos indican que los intentos por rehabilitar a psicópatas que están en las cárceles lo único que logran es que el psicópata aprenda a utilizar la psicología a efectos de adquirir nuevas técnicas para, tal y como dice el profesor Piñuel: «Mejorar su capacidad de depredación, manipulación y destruir mejor a sus futuras víctimas».
Cuando el psicópata es un Boris Johnson, un Donald Trump o un Pedro Sánchez, la sociedad pone en sus manos gran parte del devenir del mundo en sus manos. Cualquier persona con una mínima capacidad de observación saben que lo son, monstruos, el problema, es que ellos están en la cúspide de la depredación. No tienen depredadores naturales, salvo que de vez en cuando, les surja entre sus filas un «hijo de putín».