Mujeres campesinas lideran un proyecto de paz en Colombia: el arequipe de la reconciliación

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Foto: ART/Sergio Fabián Garzón Clavijo, de Janeth Reina, que empieza su jornada laboral en Asodale muy temprano, descansa asomada a su balcón.

Tan dulce y llena de sabor como la mezcla de leche y azúcar que da origen al tradicional postre de arequipe, así es la vida de casi 50 mujeres campesinas en los llanos orientales de Colombia, quienes decidieron, a través de la cocina artesanal, cambiar el odio y la violencia, por amor y resiliencia.

Estas mujeres viven en el departamento del Meta, en apartadas veredas que en otrora fueron el epicentro del conflicto armado colombiano. Todas son conocidas en la región como las damas de la leche, porque integran una asociación que busca generar proyectos productivos para mujeres de la zona y que lleva 11 años produciendo el mejor arequipe del oriente del país.

La asociación lleva por nombre Asociación Damas Leche (ASODALE) y su fundadora es Janeth Reina. Ella, de contextura gruesa, imponente y de manos fuertes para el trabajo, asegura que como su arequipe no hay dos y que la vida siempre debería parecerse a este delicioso manjar: dulce y tranquila como su preparación.

Pero sus días no siempre fueron así. Quienes integran la Asociación tienen algo en común: todas son víctimas de la violencia. “La guerra nos tocó. Durante años vivimos en medio del dolor, la desgracia, la incertidumbre y la intranquilidad”, indica Janeth.

La idea nació como una alternativa para decenas de mujeres a quienes el conflicto armado les arrebató en su momento a un hijo, su esposo o las obligó a delinquir.

“Yo perdí un hermano en esta guerra absurda. Y no hay día en que no lo piense. Por eso trabajo duro, como ejemplo de resiliencia”, dice Janeth.

Entre sus integrantes hay viudas, madres que enterraron a sus hijos, mujeres que vieron partir —sin retorno— a los suyos. Sin embargo, a todas las une las ganas enormes de darle ‘la vuelta a la página’ y enseñar con su trabajo que el mejor camino es el perdón.

Su taller funciona en un container donado por la Agencia de Renovación del Territorio (ART), del Gobierno Nacional. Allí adecuaron la planta, los equipos y la maquinaria para 100 litros de leche en frío al día.

Cada una aporta leche que sale de sus fincas. Así todas se convierten en socias del negocio. La cita es en las tardes, porque como dice Blanca Tejedor, “toca sacar tiempo para todo: el arequipe, la casa, los niños y el marido”.

Blanca se vinculó al proyecto en 2011. Desde muy joven trabajó para la guerrilla en cultivos de coca. Oficio que aprendieron también dos de sus cuatro hijos.

“Yo raspaba (quitaba las hojas de coca con la mano), a veces en mi finca o en fincas vecinas. No había otra opción, era la única manera de ganarnos la vida. Pero era un trabajo muy duro”, cuenta Blanca, cuyas manos ásperas parece que hablaran y corroboraran su relato.

Por muchos años su vida transcurrió en medio de la zozobra que trae consigo el mundo de los cultivos ilegales. “Manteníamos con miedo. Huyendo del ejército. No veíamos la magnitud del daño y el dolor, solo hasta cuando empezó la guerra por las drogas. Acá no se podía vivir”, agrega Blanca.

Sin embargo, en 2010, producto de la orden del Gobierno Nacional de erradicar de manera forzada los cultivos, Blanca y cientos de hombres y mujeres de la región, quedaron sin su fuente de empleo. “Por un momento pensamos que el mundo se nos venía encima”, dice.

Pero lo que Blanca desconocía era que justamente en ese momento su vida daría un giro radical. “Conocí ASODALE y fue una bendición. Aprendí a trabajar en equipo, a ser fuerte, a respetar y entendí que ganarme la vida de manera tranquila y legal, sí es posible”, señala Blanca.

La cooperativa se ha vuelto el refugio de decenas de mujeres, quienes como Blanca, le dieron una oportunidad a la sustitución de cultivos y hoy se ganan la vida de formas antes impensables.

Dejar de escuchar las balas, de contar muertos y pasar a despertar con el canto de los pájaros, eso no tiene comparación”, afirma Blanca.

En las tardes, el container donde trabajan se transforma en un centro poderoso, donde estas madres, hijas y hermanas, ponen lo mejor de sí, para sacar un producto impecable. Su arequipe es ofrecido en toda la región y las ganancias van directamente a sus creadoras.

Los lácteos y el arequipe son su sustento principal, sin embargo muchas también tienen en sus fincas cultivos de cacao y café. “Las mujeres encontramos en la asociatividad la manera de transformar núcleos familiares y de cambiar nuestras propias vidas”, concluye Janeth Reina.

Trabajadoras de Asodale, que promueve a la unión y trabajo en equipo entre mujeres, con el fin de contribuir a la paz y reconciliación en sus territorios.
ART/Sergio Fabián Garzón Clavijo
Trabajadoras de Asodale, que promueve a la unión y trabajo en equipo entre mujeres, con el fin de contribuir a la paz y reconciliación en sus territorios.

En Colombia este no es el único proyecto productivo liderado por mujeres. A lo largo y ancho del territorio nacional es posible encontrar toda una diversidad de asociaciones de mujeres, en su mayoría víctimas de la violencia, que tras la firma del acuerdo de Paz con la guerrilla de las FARC, han decido unirse para trabajar por el territorio.

Milena González Reyes, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), asegura que es muy importante el rol que ha tomado la mujer al momento de sacar adelante estos proyectos: “El empoderamiento es cada vez más notorio. Ya vemos mujeres participando en espacios que históricamente eran ocupados por hombres”, dice.

Según González Reyes, son muchas las mujeres que con el objetivo de sostener económicamente a sus familias, han dejado de lado los negocios ilícitos y han decidido asumir un liderazgo en el sector agrícola y agropecuario. “En pandemia el éxito de estos proyectos quedó confirmado. Su trabajo fue de gran ayuda para ellas y sus familias”, explica González Reyes, coordinadora de la Unidad de Desarrollo Rural, del área de Desarrollo Alternativo de esa agencia de la ONU.

La mayoría de estos proyectos productivos se encuentran ubicados en los 170 municipios que hacen parte de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, conocidos como PDET, que fueron los más afectados por el conflicto armado colombiano, durante más de 50 años.

Hasta el momento, según cifras del Gobierno colombiano, la inversión en estos territorios priorizados por el Acuerdo de Paz, supera los 10,16 billones de pesos.

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