Que costumbre más loca que tiene el hombre, esa de destruir la vida que le rodea por diversión. Ya no hace falta ideología, creencia, religión o ciencia para justificar el que reventar la vida tenga algún sentido. No, hoy el hombre busca entretener su mente y su alma con juegos artificiales, para poder suspirar una falsa admiración al paso de un misil con mecha corta, que simule la apariencia de una estrella fugaz. Hoy el hombre compra su diversión en los bazares de la pirotecnia, carga sus maletas de muerte y ruido, para lanzar sobre su propia cabeza y la de sus pacíficos conciudadanos, la pólvora de la desesperación, del dolor y de la muerte, siempre por diversión.

Porque hay que seguir simulando que somos capaces de mantenernos a raya los unos a los otros, eso sí, aparentando mucha complicidad y coleguismo, ya que hoy las guerras y la destrucción tienen la mecha y el tiempo corto, y ya que estas, tarde o temprano, nos privan de la risa a todos. Hemos conseguido justificar la fabricación de explosiones artificiales para simular una falsa felicidad, felicidad que, mezclada con alcohol y absurdas risas de olvido, tapen la mísera actitud de destrucción que esconde el festejo pirotécnico que hemos construido, a costa de muchos daños colaterales que año tras año, fiesta tras fiesta, tienen como víctimas a los más débiles, inocentes y desprotegidos seres, los animales, eso sin contar el poco valor que le damos a la Paz y al sonido profundo de la vida natural que tanto pregonamos defender.

Claro que, si el hombre no es consciente de las guerras destructivas que hace siglos está produciendo en la naturaleza y entre los seres vivos en los cuales se encuentra su especie, todo por cuestiones de odio, menos consciente será que pueda comprender que también está causando muerte por cuestiones de diversión y usando las mismas armas para fines tan divergentes.

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