A veces queremos cortar una vida por el deseo, el querer, pero si la amamos no la cortamos, dejamos que esa vida sea ella misma, la cuidamos, la mimamos, etc.

En un jardín

En un jardín de rosas

de la más bella me enamoré

al ir a cogerla

con sus espina me pinché.

Corría la sangre

roja como la misma rosa

saliendo gota a gota

cayendo sobre ella.

Para olerla me acerqué

con su perfume me emborraché

la rosa se quedó en el rosal

bajo el dormido me quedé.

Desperté con la luz de la luna

iluminando la rosa

la sangre sobre sus pétalos

su influjo, reflejos dorados.

La seguí observando

silentes ambos

arañado por las espinas que no veo

pero siento hasta su desgarro.

Una sonrisa en los labios

al besarla en la oscuridad

bajo la luz de las estrellas

impregnado por el rocío.

Sin saber si ese rocío eran sus lágrimas

o las mías que se habían juntado

al salir el sol como diamantes brillaban

esas gotas que nos decoraban.

Decidí no cortar esa rosa

querer, desear no es lo mismo que amar

el que la quiere la corta

el que la ama la dejar ser, tal cual, sin matarla.

Cada día la observaba

la regaba, acariciaba, besaba

más bella se tornaba

ya me daba igual si me pinchaba.

Un día, poco a poco se marchitaba

aún así bella seguía

tras la lluvia un charco

en el charco mi cara.

También se marchitaba

la sonrisa en los labios seguía

a sabiendas que nuestro turno se pasaba

había que dejar paso a una nueva vida.

Se quedó en la silente historia

no contada ni publicada

dos rosas marchitas

al suelo caían…

Ya en lo etéreo

nuestras sonrisas seguían

los pinchos ya no pinchaban

acariciaban, la piel se eriza.

Pasa el tiempo

el jardín brota de nuevo

con más fuerza, más vida

vuelve la belleza, todo brilla.

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