Aminata, de 18 abriles y Umuru, 31 años, eran de Sierra Leona, llegaron a Baleares a principios de aquel fatídico año 2001

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Aminata, de 18 abriles y Umuru, 31 años, eran de Sierra Leona, llegaron a Baleares a principios de aquel fatídico año 2001

En su tierra predominan dos grandes etnias, los mendé y los temne.

Los mendé viven al sur de la frontera con Liberia. Nuestros protagonistas son «kpa mendé» (kpa significa diferentes). Son de estirpe guerrera, enemigos de los «temne». Son miembros de una sociedad secreta llamada «wunde». Antes de marcharse a España celebraron la «Kamakoweisia», que como en la víspera de San Juan en nuestras latitudes, se danza alrededor del fuego.

La sociedad secreta wunde tiene su origen en los colonos venidos de Guinea durante el siglo XVII. Su misión es dirigir y dominar los dones del mundo espiritual, mediante elementos y ritos característicos con una serie de máscaras y artefactos típicos. Incluyen un amplio bagaje de medicina tradicional y mitología. A las niñas, para su futuro como esposas y madres, se les aplica la circuncisión femenina.

Damián, de 41 años, educador social y orientador laboral, trabajaba en dos instituciones, la de orientación en la oficina de la Plaza Llorenç Bisbal, 8 y la otra, como educador en el Hospital de Nit, de La Sapiencia. Era un hombre con un pasado muy especial, había conocido hasta dónde puede llegar la maldad humana en el campo de batalla por su pasado militar, por lo que luego estudió y decidió hacer todo lo contrario, ponerse al servicio de los más vulnerables.

Era un miércoles por la mañana y estaba muy satisfecho de que uno de sus casos, Aminata, embarazada de 6 meses y medio, hubiese logrado terminar un curso de ayudante de peluquera, además, estaban tan contentos en la academia, que le habían conseguido un precontrato para que pudiera obtener el permiso de trabajo una vez que hubiese tenido el bebé. Damián iba a empezar a realizar su ronda de visitas a los que estaban en los pisos tutelados, y como no, quería ser el primero en ver la blanca sonrisa de Aminata.

Cuando llegó a la puerta se dió cuenta de que su olfato percibía un matiz de olor a carne quemada, la puerta estaba entreabierta y oía un ruido característico de cuando algo se fríe acompañado de un sordo y escalofriante grito de dolor.

Rápidamente empujó la puerta y se dirigió hacia la sala del fondo del pasillo de la entrada. Allí estaba Aminata, amordazada, atada de pies y manos, en el suelo y, Umuru, de rodillas junto a ella, con los ojos de un poseído, con todos sus músculos faciales contraídos, bañado en sudor y una plancha de ropa a su máxima potencia, sobre cuya superficie de planchado había trozos de piel quemándose. Umuru le había quemado la piel de la cara, manos y plantas de los pies. Simplemente por celos. No soportaba que una mujer mendé pudiera ser independiente, trabajar y encima tocar a otros hombres el cabello. Umuru tenía que impedirlo, así que le quemó la cara para que su belleza no sedujera a otros hombres, sus manos para que no pudiera trabajar y, finalmente sus pies, para que no pudiera escapar.

Ante tal situación, Damián, experto en artes marciales y con un pasado de exmilitar de élite, no pudo esta vez contener a su guerrero interior, se abalanzó sobre Umuru y no cesó de golpearlo hasta que se quedó casi moribundo convulsionando en el suelo.

Aminata fue trasladada con una avioneta ambulancia a la unidad de quemados graves del hospital de Valencia. Hoy sigue intentando sacar adelante a su hija Hannah, realizando talleres de sencillas manualidades subvencionados y con una invalidez que la incapacita para la mayoría de trabajos.

Umuru, como por arte de magia, tras ser ingresado en el hospital Son Dureta por sus lesiones y bajo vigilancia policial, simplemente consiguió fugarse, desapareció 24 horas después sin dejar ni rastro, nunca más se supo de él.

Damián fue expedientado y suspendido de sueldo y empleo. Acabó trabajando como monitor deportivo en varios gimnasios e inspector de la ORA. El fiscal pedía inicialmente una condena de 7 años por la terrible agresión a Umuru, pero al final quedó en una sentencia de dos años de cárcel y 3 de supervisión psiquiátrica… De hecho, cuando iba a la supervisión la doctora simplemente le decía: Firma que ya has cumplido, seguramente yo le hubiese hecho lo mismo a ese hijo de puta.

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