Se llama Alira, que significa: ‘persona a la que le es fácil hacer brotar las plantas’.

Habla tres lenguas nativas: quechua, guaraní y aymara… Ella llegó de una zona de Bolivia donde se asesina y maltrata a los nativos.

La coacción física de agentes estatales (policía, autoridades locales, funcionarios públicos, integrantes del ejército) hacia los indígenas es un crimen de lesa humanidad.

Ha sufrido violaciones, maltratos físicos, psicológicos y sociales, pobreza severa… tiene 58 años, pero parece de más de 70.

Pero eso, a la burguesía de su país no le importa demasiado… de hecho, allí, cada vez que alguien se instaura como líder indígena que haga demasiado ruido es asesinado.

Tuvo la fortuna de que su maltratador marido murió y pudo mal vender sus pocas posesiones para conseguir venir a nuestro país, donde conocía a alguien de un pueblo cercano al suyo.

Aquí, fue engañada, obligada a trabajar en precarias condiciones, por una miseria que apenas le permitía pagar una minúscula habitación, sin luz natural y mohosa por la humedad.

Consiguió tres años después escaparse a un campamento chabolero, y cuando se enteraron, sus conocidos, le dieron tal paliza que perdió un ojo y le quedó perenne una terrible cicatriz en su boca y cara.

Ahora, viene cada día a buscar su comida al comedor social Tardor, como una bendición, dice que ‘La Paz’, no la de Bolivia, la de su alma, la ha conseguido encontrar aquí, durmiendo bajo unos tablones, cartón y plásticos… y comiendo en un tupper tibio la comida en una esquina de su habitáculo, callada, simplemente experimentando de que ya no tiene que escapar más de nadie.

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