La épica del Cid Campeador: De guerrero a leyenda inmortal

0

Los héroes de las epopeyas y gestas antiguas y modernas son en muchos casos fruto de la imaginación individual o colectiva. Algunos de ellos, no obstante, se basan de manera más o menos lejana en personas de carne y hueso, cuya fama las convirtió en figuras legendarias, hasta el punto de que resulta muy difícil saber qué hay de histórico en el relato de sus hazañas. En este, como en tantos otros terrenos, el caso del Cid es excepcional. Aunque su biografía corrió durante siglos entreverada de leyenda, hoy conocemos su vida real con bastante exactitud e incluso poseemos, lo que no deja de ser asombroso, un autógrafo suyo, la firma que estampó al dedicar a la Virgen María la catedral de Valencia «el año de la Encarnación del Señor de 1098». En dicho documento, el Cid, que nunca utilizó oficialmente esa designación, se presenta a sí mismo como «el príncipe Rodrigo el Campeador». Veamos cuál fue su historia.

Infancia y Juventud de Rodrigo: Sus Servicios a Sancho II

Rodrigo Díaz nació, según afirma una tradición constante, aunque sin corroboración documental, en Vivar, hoy Vivar del Cid, un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar y situado en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos. La fecha de su nacimiento es desconocida, algo frecuente cuando se trata de personajes medievales, y se han propuesto dataciones que van de 1041 a 1057, aunque parece lo más acertado situarlo entre 1045 y 1049.

Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era, según todos los indicios, uno de los hijos del magnate Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000. Como era habitual en los segundones, Diego se alejó del núcleo familiar para buscar fortuna. En su caso, la halló en el citado valle del Ubierna, en el que se destacó durante la guerra con Navarra librada en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León. Fue entonces cuando adquirió las posesiones de Vivar en las que seguramente nació Rodrigo, además de arrebatarles a los navarros los castillos de Ubierna, Urbel y La Piedra.

Pese a ello, nunca perteneció a la corte, posiblemente porque su familia había caído en desgracia a principios del siglo XI, al sublevarse contra Fernando I. En cambio, Rodrigo fue pronto acogido en ella, pues se crió como miembro del séquito del infante don Sancho, el primogénito del rey. Fue éste quien lo nombró caballero y con el que acudió al que posiblemente sería su primer combate, la batalla de Graus (cerca de Huesca), en 1063. En aquella ocasión, las tropas castellanas habían acudido en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido del rey castellano, contra el avance del rey de Aragón, Ramiro I, quien murió precisamente en esa batalla.

Al fallecer Fernando I, en 1065, había seguido la vieja costumbre de repartir sus reinos entre sus hijos, dejando al mayor, Sancho, Castilla; a Alfonso, León; y a García, Galicia. Igualmente, legó a cada uno de ellos el protectorado sobre determinados reinos andalusíes, de los que recibirían el tributo de protección llamado parias. El equilibrio de fuerzas era inestable y pronto comenzaron las fricciones, que acabaron conduciendo a la guerra.

Documental en RTBE Televisión del Cid Campeador: La Leyenda Inmortal

La Caída en Desgracia y el Primer Destierro

De todos modos, fueron similares causas políticas las que hicieron caer en desgracia a Rodrigo. En esos delicados momentos, Alfonso VI mantenía en el trono de Toledo al rey títere Alqadir, pese a la oposición de buena parte de sus súbditos. En 1080, mientras el monarca castellano dirigía una campaña destinada a restaurar el gobierno de su protegido, una incontrolada partida andalusí procedente del norte toledano se adentró por tierras sorianas. Rodrigo hizo frente a los saqueadores y los persiguió con su mesnada hasta más allá de la frontera, lo que, en principio, era sólo una operación rutinaria.

Sin embargo, en tales circunstancias, el ataque castellano iba a servir de excusa para la facción contraria a Alqadir y a Alfonso VI. Además, los restantes reyes de taifas se preguntarían de qué servía pagar las parias, si eso no les garantizaba la protección. Al margen, pues, de que interviniesen en el asunto García Ordóñez (que era conde de Nájera) u otros cortesanos opuestos a Rodrigo, el rey debía tomar una decisión ejemplar al respecto, conforme a los usos de la época. Así que desterró al Campeador.

Las Campañas en el Levante

Temiendo un inminente ataque, el rey de Zaragoza envió a Rodrigo a supervisar la frontera nororiental de su reino, la más cercana a Lérida. Así que a fines del verano o comienzos del otoño de 1082, el Campeador inspeccionó Monzón, Tamarite y Almenar, ya muy cerca de Lérida. Mientras les tomaba a los leridanos el castillo de Escarp, en la confluencia del Cinca y del Segre, Almundir y el conde Berenguer de Barcelona pusieron sitio al castillo de Almenar, lo que obligó al Campeador a regresar a toda prisa.

Tras negociar infructuosamente con los sitiadores para que levantasen el asedio, Rodrigo los atacó y, pese a su inferioridad numérica, los derrotó por completo y capturó al propio conde de Barcelona. La campaña de Morella en 1084 sucedió de forma muy similar. El Campeador, después de saquear las tierras del sudeste de la taifa de Lérida y atacar incluso la imponente plaza fuerte de Morella, fortificó el castillo de Olocau del Rey, al noroeste de aquella.

La posibilidad de tener tan cerca y tan bien guarnecidos a los zaragozanos hizo que Almundir, esta vez en compañía de Sancho Ramírez de Aragón, se lanzase contra ellos. El encuentro debió de producirse en las cercanías de Olocau (seguramente el 14 de agosto de 1084) y en él, tras duros combates, la victoria fue de nuevo para Rodrigo, que capturó a los principales magnates aragoneses.

La Reconciliación con Alfonso VI

Almutamán murió en 1085, probablemente en otoño, y le sucedió su hijo Almustaín, a cuyo servicio siguió el Campeador, pero por poco tiempo. En 1086, Alfonso VI, que por fin había conquistado Toledo el año anterior, puso sitio a Zaragoza con la firme decisión de tomarla. Sin embargo, el 30 de julio el emperador de Marruecos desembarcó con sus tropas, los almorávides, dispuesto a ayudar a los reyes andalusíes frente a los avances cristianos. El rey de Castilla tuvo que levantar el cerco y dirigirse hacia Toledo para preparar la contraofensiva, que se saldaría con la gran derrota castellana de Sagrajas el 23 de octubre de dicho año.

Fue por entonces cuando Rodrigo recuperó el favor del rey y regresó a su patria. No se sabe si se reconcilió con él durante el asedio de Zaragoza o poco después, aunque no consta que se hallase en la batalla de Sagrajas. Al parecer, le encomendó varias fortalezas en las actuales provincias de Burgos y Palencia. En todo caso, don Alfonso no empleó al Campeador en la frontera sur, sino que, aprovechando su experiencia, lo destacó sobre todo en la zona oriental de la Península.

Después de permanecer con la corte hasta el verano de 1087, Rodrigo partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana, donde se encontraba en la misma débil situación que había padecido en el trono toledano.

El Segundo Destierro: El Cid, Señor de la Guerra

Sucedió que Alfonso VI había conseguido adueñarse de dicha fortaleza (en la actual provincia de Murcia), amenazando desde la misma a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, sobre las que lanzaban continuas algaras las tropas castellanas allí acuarteladas. Esta situación más la actividad del Campeador en Levante movieron a los reyes de taifas a pedir de nuevo ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088 y puso cerco a Aledo.

En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla. ¿Un mero error de coordinación en una época en que las comunicaciones eran difíciles o una desobediencia intencionada del caballero burgalés, cuyos planes no coincidían con los del rey?

Lo cierto es que la acción de Rodrigo fue juzgada con severidad y, tras levantar Yusuf el sitio de Aledo, Alfonso VI desterró por segunda vez al Campeador. Sin embargo, esta vez la situación había cambiado, pues desde el fracaso de Sagrajas, los avances almorávides en al-Ándalus eran imparables. Así que, en vez de abandonar el país, Rodrigo se convirtió en jefe de un numeroso ejército integrado por mesnadas cristianas y moras, con el que recorrió Levante en busca de su propia fortuna, ora como adalid de los reyes de taifas, ora cobrando tributos por cuenta propia.

El Cid sitió y tomó ciudades tan importantes como Alcocer (en la comarca del Jalón, en la actual provincia de Zaragoza), a la que llegó en julio de 1089 y, tras ocho meses de asedio, en primavera de 1090. Sus principales hazañas en esa época consistieron en los continuos combates con Berenguer Ramón II de Barcelona. Éste, consciente del peligro que representaba Rodrigo para sus intereses, trató de expulsarlo de la zona en dos ocasiones, sufriendo sendas derrotas, en Tévar (en el Maestrazgo, en la actual provincia de Castellón) y, la más sangrienta de todas, en Bairén (cerca de Gandía) el 18 de octubre de 1090.

El Señor de Valencia: Gobierno y Últimos Años

Alfonso VI, que no podía detener el avance almorávide en el sur de la Península, optó por confiar al Campeador la defensa de Levante. En 1092, la situación en la taifa valenciana había cambiado radicalmente, pues la facción antialmorávide que había apoyado a Alqadir había sido derrocada por un golpe de Estado. Rodrigo sitió Valencia en octubre de 1092 y, tras largas penalidades, la plaza cayó en sus manos el 15 de junio de 1094.

Convirtió la ciudad en un señorío autónomo en el que convivieron gentes de varias religiones. Sin embargo, el peligro almorávide era constante y, pese a las derrotas que les infligió en Cuart, cerca de Valencia, en octubre de 1094, y en Bairén, en mayo de 1097, no dejó de recibir nuevas amenazas. Alfonso VI envió a su lugarteniente, Álvar Fáñez, a apoyar al Campeador, quien murió el 10 de julio de 1099, probablemente a causa del hambre, pues Valencia sufrió un terrible asedio aquel año.

Conclusión: El Legado del Cid Campeador

Dejando aparte los romances, las leyendas y las ficciones, la figura del Cid se engrandece con la precisión y el rigor del relato histórico. Héroe medieval por excelencia, Rodrigo Díaz de Vivar no solo encarnó la lucha entre el cristianismo y el islam en una España fragmentada y en constante conflicto, sino que también supo erigirse en símbolo de lealtad, valor y justicia, aspectos que lo han inmortalizado en la memoria colectiva de España y del mundo hispánico.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
1
¿Cual es tu información o denuncia?
GRUPO PERIÓDICO DE BALEARES, tan pronto nos resulte posible, será atendido, gracias.