Sumi, Ucrania — En un acto que pasará a la historia como una de las más atroces muestras de barbarie en la guerra de agresión rusa contra Ucrania, al menos 32 personas —incluidos dos niños— fueron asesinadas este domingo por un despiadado ataque con misiles balísticos lanzado por las fuerzas del Kremlin contra el corazón de la ciudad de Sumi. Más de 80 personas resultaron heridas, muchas de ellas de gravedad. El bombardeo no fue solo un crimen de guerra: fue una afrenta deliberada a la humanidad, a la fe y al derecho a la vida.
El ataque ocurrió en el momento más sagrado del día, mientras miles de ucranianos salían a las calles para celebrar el Domingo de Ramos, una festividad cristiana marcada por la esperanza y la paz. Pero lo que recibió la población fue fuego y muerte. “Rusia golpeó justo cuando había más gente en la calle. Sabían lo que hacían. Apuntaron al corazón de la ciudad, al corazón del pueblo”, denunció el Servicio Estatal de Emergencias de Ucrania.
El Kremlin, con su cinismo habitual, no ha ofrecido ninguna justificación. ¿Qué excusa puede haber para bombardear una ciudad llena de niños, ancianos, familias enteras caminando hacia la iglesia?
Terrorismo de Estado
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, lo dijo con claridad desgarradora: “Sólo los malnacidos pueden hacer esto”. Y tiene razón. Este no fue un error militar. No fue un “daño colateral”. Fue un acto de terrorismo de Estado, orquestado por un régimen que ha hecho del terror su instrumento cotidiano.
Los misiles —dos en total, según la administración militar regional— impactaron en zonas donde la gente caminaba, donde viajaban en transporte público, donde simplemente vivían. El alcalde de Sumi, Artem Kobzar, describió una escena dantesca: cuerpos calcinados, vehículos destrozados, una iglesia parcialmente destruida. “La ciudad está de luto. Estamos recogiendo pedazos de nuestras vidas”, dijo.
Occidente no puede mirar hacia otro lado
Zelenski fue contundente: “Necesitamos una respuesta fuerte del mundo. América, Europa, todos los que aún creen que esta guerra debe terminar. Rusia busca exactamente esto: terror, muerte, desesperación. Y si no se la detiene ahora, lo volverá a hacer. Y otra vez. Y otra”.
Su mensaje no fue solo un llamado al dolor, fue un grito de advertencia. Occidente no puede seguir titubeando. Ya no basta con declaraciones diplomáticas o condolencias en redes sociales. Ya no es tiempo de treguas parciales que Moscú no respeta. Es momento de actuar. De tratar a Rusia como lo que es: un Estado terrorista.
Cuerpos sobre el asfalto y silencio desde el Kremlin
Mientras el enviado especial de Trump se reunía con Putin en San Petersburgo, los cadáveres aún yacían en las calles de Sumi. Mientras Trump hablaba de que “todo va bien” entre Rusia y Ucrania, niños ucranianos eran mutilados por misiles rusos. ¿Qué más necesita ver el mundo para comprender con quién está tratando?
La OTAN, la UE, líderes como Macron y Albares han condenado el ataque, sí. Pero ¿cuántos civiles más deben morir para que esa condena se convierta en acción real?
Un crimen contra la fe y la humanidad
El Domingo de Ramos ya no será recordado este año como un día de recogimiento. Será recordado como el día en que Rusia decidió bombardear la fe, la vida y la esperanza. Será recordado como el día en que el mundo debió despertar —y quizás no lo hizo.
Cada segundo de silencio es una bala más cargada por el Kremlin. Cada gesto tibio, una invitación a seguir matando. Ya no hay excusas. Ya no hay tiempo. O se detiene a Rusia ahora, o la historia nos juzgará a todos.
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