Como decía Cafrune, cantautor de nombre Jorge, "hoy les vengo a contar ciertas cosas de la vida".
Y meterme en política o, mejor dicho, con la política.
Pues de vez en cuando me gusta dar un zapatazo y escribir, no cabreado, que también, en clave de tristeza, este pequeño artículo para hoy y al más puro estilo de los reporteros del cine negro americano, con su billete de apuestas en el sombrero, su lápiz en la oreja, las luces parpadeantes del hotel de enfrente de la habitación con escalera de incendios incluida, con su oxidado y mal cuidado hierro, y tecleando con la camisa arremangada y su chaleco, sus tirantes, ese sombrero hacia atrás y su inseparable cigarrillo sin filtro y su vaso del más barato de los "whiskys", una de las primeras Olivettis, las que anunciaban con su estruendoso carro con campanilla el final de otra línea escrita en tal artefacto.
Y más que meterme con política, con los políticos, ávidos de poder, silla y dinero, reuniéndose y mirando a distancia "a ver quién es el que la tiene más grande", haciendo mía esta frase de una de las canciones que más me gusta del Señor Serrat.
El uno, haciendo gala de sus pruebas con cohetes como si estuviera en una verbena —sí, ese señor orondo y bajito con cara de desayunar bien cada mañana—, el otro, serio y desafiante desde más allá de la estepa, y el tercero en discordia, ese rubio mal hablado y patoso que está loco por apretar el gatillo, más bien dicho, botón del pánico: el trío de la calavera.
Los que hacen temblar el mundo con sus bravatas de poderío armamentístico, jugando a las guerras como si nada, y haciendo sufrir a los que amamos la paz, la familia, la cañita, el partido del domingo, la caravana al trabajo, a los que no nos gusta ver morir gente, sobre todo niños, a los que aplaudimos cuando una vida se salva o se recupera, los que nos alegramos del rescate de un perro, o los que aborrecemos las muertes de tantos y tantos niños del futuro, que ya no tendrán ese futuro. Y seguro que podría añadir algún siniestro personaje más.
Y por si fuera poco, la lacra del terrorismo fanático, repartiendo muertes, la muerte gratuita que a nada conduce, los gobiernos con olor cada vez más fuerte a podrido, que no conocen —o no quieren reconocer— el significado de las palabras: decencia, honor, lealtad, compañerismo, honradez y, sobre todo, vergüenza.
Añadiendo además, en este mundo de locos, la vergüenza del acoso escolar, las mentiras políticas, la violencia de género, la desigualdad entre los puestos de trabajo entre mujeres y hombres y un largo etcétera que no me permite desearles buenos días.
Pero como la esperanza es lo último que se pierde, y yo de eso tengo para aburrir, sí os voy a desear un buen día —eso sí, dentro de lo que cabe—, pues hay que ser realistas.
Y LUCHEMOS PARA QUE ENTRE TODOS LOGREMOS QUE EL SER HUMANO NO SEA MÁS VÍCTIMA DEL SER HUMANO.
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