Rozaba la brisa
la piel campesina
que inundó de surcos
terruña vejez,
manos agrietadas,
peso del arado,
y entre surco y surco
cantaba el payés.
Y eran sus canciones
abuelas del canto
nietas del encanto
de un atardecer,
y paróse el paso
de la mula torda
paróse el arado
también el payés,
y ambos con el agua
brindaron al cielo
por la tierra, el polvo,
la vida y la sed.
¡Cuánto te amo tierra
que me das el hambre!
para que la calme
con mi trabajar,
cuánto te amo calma
con solo escucharme,
entre los marjales
de mi soledad.
Ya el sol se escondía
entre horizontes
de tierra, de historias
al atardecer,
gaviotas pintaban
caminos de aire
ya sin importarles
el anochecer.
Y se llenó ese campo
de mil contraluces
donde la silueta
del noble payés
de la mula torda
y del viejo arado
dejaron constancia
de su humilde ser.
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