Hola, me llamo Pepe y me han dicho que en esta página puedo contar cosas... Bueno, yo no sé escribir como un escritor de esos famosos, ni siquiera sé escribir como un escritor mediocre, pero me gustaría aventurarme a escribir lo que sé y como lo sé hacer. Espero que disculpen mi ignorancia.
Bueno, tengo ahora 70 años y, bien, estoy jubilado como muchos de mi edad. No sé qué pasa, pero parece que, al haber cumplido ciertos años, uno ya no sirve para nada... eso...¿Saben? ... me da pena, sí, me da pena, ya no por mí, sino por mis compañeros, a quienes veo tristones. Quizás piensan también como yo, que a cierta edad no servimos para nada. Yo, en cambio, he intentado ser fuerte, pero... Uffff, créanme, cuesta mucho.
Nací en el año 1954. Mi familia siempre ha sido humilde. Aprendí el oficio de mi padre, que era albañil. Ganaba poco, pero recuerdo que, sin tantas cosas como las de hoy día, éramos felices. Nunca me había faltado el trabajo. Me casé a los treinta y compré una casa. Tuve dos hijos y seguía siendo feliz... Y todavía la estoy pagando.
Pero ya casi no estoy seguro de ser tan feliz, porque las cosas se han complicado mucho. Ahora quieren gente joven para pagarles menos. Yo, modestamente, lo entiendo, pero ¿y vosotros, los de 60? ¿Qué hacéis si no os podéis retirar porque no os alcanza para vivir con el subsidio del retiro? Bueno, a lo mejor ahora podréis jubilaros a los 67, como proponen los que gobiernan, pero lo que no entiendo es que, trabajando tanto, estéis ahora sin trabajo.
¿Sabéis? Sois como esos jubilados que van a ver las obras, y me siento triste. Recuerdo que, como yo, subíais tabiques, poníais marcos de puertas y ventanas. Incluso recordaréis con nostalgia la fiambrera y la comidita que la mujer os preparaba, y aquella canción de un cantautor que creo se llama Serrat, que cantaba aquello de Caminito de la obra.
Por Navidad os reuníais con vuestros hijos... Y... Bueno, os ibais a la Plaza Mayor a comprar pastorcillos para el belén... Y cantábamos villancicos porque no teníais tele hasta que casi fueron mayores, porque el sueldo no os daba para más... Pero éramos felices.
Y ahora me pregunto: ¿dónde está esa felicidad de pobre, pero felicidad auténtica? La gente ahora se mata por tener, y, díganme ustedes tonto, pero no lo entiendo. ¿Tener tanto para qué?
Si mi felicidad era tener un plato de judías o, en domingo, un pollo asado y a mis hijos alrededor de la mesa, sin más pretensión que educarlos con una máxima: "Lo importante, hijos míos, en la vida no es tener mucho, sino desear menos".
En fin, no quiero aburrirles con mis historias. Voy a darme una vueltecita por la plaza, a ver si han acabado la obra de la esquina, y a sentirme albañil útil otra vez, aunque solo sea en sueños. Los sueños de Pepe, este tonto que les habla, pero que, a pesar de todo, sigue siendo feliz con poca cosa.
0 Comentarios