El perfeccionismo puede ser una gran cualidad cuando se manifiesta como un impulso hacia la superación personal, el deseo de hacer las cosas bien y el compromiso con nuestras metas. Sin embargo, cuando se convierte en una forma de autoexigencia extrema y rígida, puede atraparnos en un ciclo de insatisfacción constante.
Este tipo de perfeccionismo nos lleva a ponernos estándares inalcanzables, a sentir que nunca es suficiente y a dudar de nuestros propios logros. En muchos casos, puede derivar en fenómenos como el síndrome de la impostora, esa sensación persistente de no merecer nuestros éxitos y temer ser descubiertas como "fraudes".
Es importante aprender a equilibrar el deseo de mejorar con la autocompasión, reconocer nuestros avances y aceptar que la perfección absoluta no existe. Trabajar en nuestra autoestima y en una mentalidad más flexible nos permite disfrutar de nuestros logros sin la sombra de la autoexigencia extrema.
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