Apelo al más absoluto respeto que el tema merece y me permito reflexionar sobre la decisión de morir. La vida, ciertamente, es un regalo, pero no debemos prolongarla inútilmente. Por respeto a la vida, no debemos alargar el proceso de la muerte. El árbol de la vida tiene que deshojarse también con dignidad.
Tristemente, una enfermedad terminal puede afectar en cualquier momento, y sin duda, representa un gran desafío. La pérdida de autonomía se convierte en un viaje largo y agotador tanto para el enfermo como para la familia, generando preocupación, temor y dolor. Entonces el hecho de acelerar el fin de un enfermo incurable para evitarle sufrimiento se convierte en un proceso difícil para todos.
Resistirnos a la idea de la muerte es angustioso, y es fundamental reconocer que tenemos derecho a una vida y a una muerte dignas. La dignidad para morir se aleja del sufrimiento, la agonía y el dolor. Cada cual tiene derecho a decidir cómo vivir y cuándo morir, especialmente en condiciones médicas cuyo pronóstico conduce a la muerte.
Este tema implica un salto ético que ha generado un amplio debate social. Mucho se ha escrito y discutido sobre el tema buscando la coherencia con el humanismo que debe primar para procurar la muerte sin dolor a quienes sufren, en un acto de misericordiosa solidaridad.
Absolutamente nadie es ajeno al dolor, desde la más tierna infancia hasta los umbrales de la muerte. La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, el horizonte natural del proceso vital. Es natural tener miedo a morir; existe una resistencia instintiva ante la muerte y por ello cuando un enfermo que sufre clama el fin, en realidad está pidiendo que le alivien los padecimientos.
Una muerte digna nace de la grandeza de ánimo de quien se enfrenta a ella. Es claro que, llegado el momento supremo de la muerte, el protagonista de este trance ha de afrontarlo en las condiciones más llevaderas posibles, tanto desde el punto de vista del dolor físico como del sufrimiento moral. Los analgésicos y la medicina paliativa, por un lado, y el consuelo moral, la compañía, el calor humano y el auxilio espiritual, por otro, son los medios que enaltecen la dignidad del final del ser humano, que aun en el umbral de la muerte, debe conservar su dignidad.
Posiblemente, una de las decisiones más difíciles a las que tenga que enfrentarse el ser humano sea la de poner fin a su propia vida. Este concepto ético y jurídico habla de libertad. La vida digna implica el derecho a una muerte igual. La muerte asistida, bajo un marco legal adecuado, se presenta como una extensión de este derecho, permitiendo a las personas elegir un final que consideren digno y controlado, en lugar de verse sometidos a sufrimientos prolongados e indeseables.
La vida está llena de transiciones y despedidas y en ese ciclo natural tenemos el derecho a elegir cuándo hacer caer las hojas del árbol vital.
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