Es ley natural amarlos, cuidarlos y protegerlos como ángeles del cielo. Levantar la voz por los que no la tienen, para asegurarnos de que reciben justicia.
Miro a mis sobrinos y respiro la paz de reconocerlos ajenos al mundo que se dibuja para una infancia y adolescencia desplazada y refugiada por desastres naturales y guerra, hechos que transforman sus vidas obligándoles a desplazamientos forzosos y a todo género de experiencias traumáticas.
Pero es una paz cuestionada por continuos conflictos que se suman para entender que su seguridad es relativa y que su futuro está amenazado. El devenir de los días está signado por la sorpresa de eventos que se suceden y nos dan cuenta de lo vulnerable que ellos y todos, somos. La incertidumbre y las emociones de inseguridad y desconfianza van minando de miedo una convivencia que entristece a consecuencia de acontecimientos que no escogemos pero que quiebran la concordia en el mundo.
Nuevos conflictos se suman y el ruido de unos y otros y hasta el de los que están por llegar, hacen inaudible las voces de una inocencia que no puede protestar contra el terror, que tienen un futuro condenado a la más profunda oscuridad y que respiran la adversidad, mientras se desdibuja en sus rostros la sonrisa y también los sueños.
Pequeños damnificados que experimentan la carencia de un hogar, la soledad, la orfandad y todo tipo de riesgos: violencia, abuso, mutilación, tráfico y hasta reclutamiento como soldados, erigiéndose en víctimas y victimarios de la inocencia robada propia y de otros.
Indefensos y perjudicados de los actos más bárbaros resultan malheridos, incapacitados y explotados mientras sufren traumas emocionales, todo lo que pone en cuestión la fortaleza de las leyes humanitarias internacionales, así como el papel de las instituciones y organizaciones del mismo tipo, nada ni nadie es capaz de poner freno a tanto despropósito para recuperar su infancia perdida.
Mis niños entonces, Jessy, Charly y Rafa me preguntan: ¿este mundo es realmente civilizado? Entiendo que es una excelente observación, una interrogante angustiosa que encierra su juicio valorativo respecto a la complicidad que compartimos, todos somos responsables por omisión, de los más terribles crímenes de la infancia. No dejan de tener razón, esta es la más brutal amenaza al derecho a la vida. ¿Dónde está nuestra conciencia y sentido de la dignidad que no se conmueve ante tal crimen? Si la infancia está en la primera línea de fuego, blanco de todos los ataques y el mundo es incapaz de mantenerlos a salvo, cualquier otra cosa es insalvable. Nadie está seguro en un mundo donde quedan impunes los crímenes contra la infancia.
Por eso repito, mi tranquilidad más que relativa, es falsa, respiro la urgencia de poner fin a tanta generación perdida. ¿Cuál será el futuro que dejamos a nuestros hijos? Hoy roban la inocencia de unos y mañana estarán cercenadas las expectativas de otros, incluso las de los míos. Sin embargo, admito que ellos están más comprometidos con la sociedad y manifiestan mayor determinación para cambiar las cosas.
Nada es blanco o negro, pero sin dudas serán los líderes del futuro y a ellos costará quitarles la sonrisa.
0 Comentarios