Capitulo 3: Un amor que despierta durante la búsqueda de los Horrocruxes
La nieve caía con suavidad sobre el claro del bosque. Era una noche tranquila, una rareza en aquellos días marcados por la huida constante y el miedo al peligro que parecía acechar en cada sombra. Harry miraba el fuego que crepitaba débilmente frente a ellos, absorto en sus pensamientos, mientras Hermione revisaba, por enésima vez, el mapa que habían dibujado con las posibles ubicaciones de los Horrocruxes.
—No tiene sentido seguir intentando hoy —dijo Harry, rompiendo el silencio—. Necesitamos descansar.
Hermione levantó la vista, sus ojos marrones oscuros reflejando una mezcla de cansancio y determinación.
—Lo sé —respondió en voz baja, dejando el mapa a un lado—. Es solo que… no puedo dejar de pensar que cada segundo que pasamos aquí podría ser uno más en el que Voldemort se fortalezca.
Harry asintió, comprendiendo la carga que ambos llevaban. Pero esa noche no era solo Voldemort lo que ocupaba su mente. Había algo más, algo más íntimo que se había insinuado en los últimos días y que ahora se hacía imposible de ignorar.
Las semanas de soledad
Habían pasado meses desde que Ron los había dejado. La herida de esa traición seguía fresca, especialmente para Hermione, quien había intentado ocultar su tristeza tras un muro de trabajo incansable. Sin embargo, con cada día que pasaba, Harry se daba cuenta de que Hermione no era solo la amiga brillante que siempre tenía una respuesta. Era alguien que, incluso en los momentos más oscuros, mantenía su fuerza. Y, a pesar de ello, también era vulnerable.
Hermione, por su parte, empezó a notar algo en Harry que nunca había percibido antes. Había una profundidad en él, una resiliencia tranquila que a menudo quedaba oculta bajo el peso de las expectativas que el mundo tenía sobre "el Elegido". Pero cuando estaban solos, en la intimidad del bosque o frente al fuego, Harry se mostraba como era realmente: alguien que también cargaba con miedo, tristeza y la necesidad desesperada de conexión.
Una noche de confesiones
Una de esas noches, mientras la lluvia golpeaba con fuerza contra la tienda, Harry y Hermione se sentaron juntos, envueltos en la manta que compartían para mantener el calor. Harry había estado especialmente callado, y Hermione, con esa intuición que siempre la caracterizaba, lo notó.
—Harry, ¿en qué piensas? —preguntó, con suavidad.
Él suspiró, mirando las llamas del fuego. Durante un momento, pensó en no responder, en guardar para sí mismo el torbellino de emociones que lo consumía. Pero con Hermione, no podía fingir.
—A veces pienso que no voy a lograrlo. Que no voy a ser lo suficientemente fuerte para acabar con esto —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Hermione extendió una mano y la puso sobre la suya. El simple gesto envió una calidez inesperada a través de Harry.
—No estás solo en esto, Harry —dijo, apretando su mano ligeramente—. Siempre estaré contigo, pase lo que pase.
Era una promesa, una verdad que Harry necesitaba escuchar. Y en ese momento, algo en su interior se movió. No era solo gratitud lo que sentía; era algo más profundo, algo que había estado creciendo silenciosamente entre ellos.
El despertar de un nuevo sentimiento
Con el tiempo, estas pequeñas confesiones se volvieron más frecuentes. Hablaron de sus miedos, sus sueños y sus recuerdos, compartiendo partes de sí mismos que nunca antes habían revelado. Los límites entre la amistad y algo más comenzaron a desdibujarse.
En una de esas noches, mientras observaban el amanecer desde el borde de un lago helado, Hermione se giró hacia él, con los ojos llenos de algo que Harry no supo identificar al principio.
—No sé qué haría sin ti —admitió ella, su voz quebrándose ligeramente.
Harry la miró, sintiendo el peso de esas palabras. Y, antes de que pudiera pensarlo demasiado, tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella.
—Yo tampoco sabría qué hacer sin ti, Hermione.
Fue en ese instante cuando ambos comprendieron lo que había cambiado. El tiempo que habían pasado juntos, el peligro que enfrentaban día a día, había creado un vínculo que iba más allá de la amistad. En medio de la soledad y el caos, habían encontrado en el otro un refugio, un amor que no buscaban, pero que ahora no podían ignorar.
Un amor en la oscuridad
A partir de entonces, cada gesto, cada mirada, llevaba consigo un peso nuevo. No necesitaban palabras para saber lo que sentían. Pero ambos entendían que ese amor que despertaba entre ellos también era un riesgo, un fuego que podía consumirlos en un momento en el que no podían permitirse distracciones.
Y, sin embargo, era ese mismo amor el que les daba fuerza. Porque, aunque la misión seguía siendo peligrosa y el futuro incierto, sabían que, mientras estuvieran juntos, podrían enfrentarse a cualquier cosa.
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