El 10 de diciembre de 1868, la ciudad de Londres marcó un hito en la historia del transporte al instalar el primer semáforo en el mundo. Diseñado por el ingeniero ferroviario J.P. Knight, este dispositivo estaba inspirado en las señales usadas en las vías ferroviarias. Se colocó frente al edificio del Parlamento Británico, en la intersección de Bridge Street y Great George Street, para gestionar el creciente tráfico de carruajes y peatones en una de las zonas más concurridas de la ciudad.
Este semáforo utilizaba brazos mecánicos para dar señales durante el día, mientras que por la noche iluminaba luces rojas y verdes mediante gas. Aunque revolucionario, no fue del todo seguro: poco más de un mes después de su instalación, una explosión causada por una fuga de gas dejó herido al policía encargado de operarlo, lo que llevó a su retiro inmediato.
A pesar del incidente, esta innovación fue el punto de partida para los semáforos modernos, que empezaron a usarse en su versión eléctrica a partir de 1914 en Cleveland, Estados Unidos. Hoy en día, los semáforos son un símbolo universal de la regulación del tráfico, ayudando a mantener el orden en las calles de todo el mundo.
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