A veces los hablantes nos paramos a pensar en cómo están formadas las palabras y aplicamos pautas de análisis que, siendo correctas en muchos casos, en otros pueden llevarnos a sacar conclusiones erróneas.
En el cultismo de origen latino inflamable se reconocen, además de la raíz flama —relacionada con el latín flamma ‘llama’—, otros dos componentes: un primer elemento, in-, y un sufijo, -ble. El sufijo -ble se usa para formar adjetivos que expresan la posibilidad de recibir la acción del verbo del que derivan; así, el adjetivo inflamable se aplica a lo que puede inflamarse, verbo que significa tanto ‘producirse inflamación, esto es, hinchazón dolorosa en una parte del cuerpo’ (Se me ha inflamado la rodilla), como ‘arder con facilidad desprendiendo llamas inmediatamente’ (Hay sustancias peligrosas que se inflaman en contacto con el aire).
Pues bien, tanto en el verbo inflamar como en el adjetivo inflamable, el primer elemento, in-, no es un prefijo privativo o negativo equivalente a no, como en interminable (‘que no tiene fin’) o inabarcable (‘que no se puede abarcar’), sino que está ya presente en el étimo latino inflammāre, donde simplemente aporta valor intensivo.
Puesto que en español no existe el verbo *flamar, carece de justificación el adjetivo flamable, usado a veces en algunos países de América por calco del inglés flammable (‘inflamable’).
✍ Real Academia Española
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