Harta como tantos ciudadanos del mundo de ver el poder en manos de quienes lo usan para satisfacer sus mezquinas y ambiciosas aspiraciones personales en contra de su obligación de defendernos y representarnos. Y todo, vergonzosamente, bajo la más absoluta impunidad.
Hartazgo y desconfianza, el saldo que deja 2024
El balance que nos deja el año a punto de concluir puede perfectamente describirse con dos palabras: hartazgo y desconfianza.
Es razonable admitir que el mundo en general tiene poca o ninguna confianza en el futuro y respecto a la clase política el sentimiento es negativo y crítico. Las sociedades dan muestra de estar cada vez más cansadas. La multiplicidad de conflictos, la velocidad de los cambios y la incertidumbre potencia la tendencia a la desidia y la desconexión política, social e informativa.
El mundo convulso, incierto y desordenado que respiramos, cada vez da más muestras de retroceso humanitario, en los derechos fundamentales y lo más importante, un retroceso en el respeto de las normas e instituciones internacionales que generan sensación de impunidad.
Conflictos, guerras y acontecimientos naturales dejan un balance de muertos y desplazados que contabilizan cifras preocupantes y no han ido de la mano de la ayuda internacional necesaria.
España no dibuja un panorama diferente, aquí también la imagen de la política y de los políticos está en crisis, resultando indiscutible la escasa credibilidad que para los ciudadanos españoles merecen, sus intereses poco tienen que ver con los de la sociedad.
Las causas de este aumento del desprestigio de la política, los políticos y sus respectivos partidos están en consonancia con la imagen predominante de asumir cualquier acción con tal de conservar el poder centrado en sus propios intereses y alejados de su compromiso como servidores públicos.
En nuestro país el poder político se deteriora y la democracia languidece ante la incapacidad de una clase política cada vez menos representativa. Una clase política cada vez más ambiciosa, egoísta y corrupta que desoye las reivindicaciones ciudadanas. Y si no, cómo entender que un perseguido político que ha huido dos veces por cobarde, se mantenga haciendo el pulso para decidir el futuro de este país. En el centro del quehacer diario Sánchez y Puigdemont, sin renunciar a sus objetivos, han desplegado escandalosas maniobras poniendo de manifiesto la más alta traición al pueblo español.
Pedro Sánchez, gran estratega y político imperturbable ha desplegado una posición tan servil y oportunista, de la que ya hay muchos socialistas avergonzados, demostrando que hacer prevalecer el interés personal tiene cualquier precio. Su deslealtad significa la traición del deber principal de defender la igualdad y unidad de los españoles y la democracia de una nación que creyó haber superado los nacionalismos.
España ha vivido este año una coyuntura en clave de política particular, quedando en un segundo plano la gobernabilidad de un país y la preocupación por el que vamos a dejar a nuestros hijos y futuras generaciones. No importa lo que pase en España, lo que preocupa hoy son los asuntos cercanos y territoriales para hacer prevalecer el interés personal.
Probablemente 2025 sea más convulso y complejo todavía, habrá lugar a la continuidad de la crispación y la tensión, no será tiempo de acuerdo y sosiego, España seguirá siendo escenario de la lucha encarnizada por el poder y el divorcio con una sociedad que clama ser oída y cuyos problemas fundamentales no están en el propósito de ningún partido ni político con vergüenza.
Generar confianza y el ejercicio de un buen gobierno son los únicos activos capaces de hacernos avanzar. Hoy no se trata de resistencia sino de resiliencia y para ello es imprescindible que al frente del país se coloquen de una vez a los más capaces y quienes realmente reconozcan vocación de servicio.
Lamentable si continuamos dando este ejemplo al mundo. Pero si le preguntamos a Sánchez qué hará en esta España nuestra y de todos, responderá sin dudas: ¡Gobernar!
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