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De la gloria Constitucional a la vergüenza política: ¿Dónde está el espíritu de 1978?

 


Hoy se conmemora el aniversario de la Constitución Española, aquel pacto histórico que, en 1978, marcó el nacimiento de nuestra democracia moderna. Fue un logro colectivo que superó décadas de divisiones y heridas abiertas, y que simbolizó la capacidad de consenso de unos líderes que, a pesar de sus diferencias ideológicas, se unieron para evitar que España se desmoronara nuevamente en el abismo de la confrontación civil.

En palabras de Adolfo Suárez, arquitecto de aquella reconciliación nacional: "La política sirve para que la gente viva mejor, no para dividirla más." Esta frase cobra hoy un sentido casi nostálgico frente a la realidad de una política que parece haberse alejado de sus principios fundacionales.

La nostalgia de líderes íntegros

La celebración de la Constitución contrasta dramáticamente con el estado actual de la política española. Hoy, nuestra clase política parece más preocupada por el beneficio propio que por el bien colectivo. La corrupción, que ha permeado en partidos de todos los colores, ha destruido la confianza ciudadana. Ser político en el presente parece haberse convertido en sinónimo de enriquecimiento a expensas del pueblo, de la concesión de favores a los amigos y del uso del poder para perpetuarse, en lugar de para servir.

En este contexto, resuena con fuerza la figura de Julio Anguita, el histórico líder de Izquierda Unida, cuya honestidad y coherencia lo convirtieron en un modelo político que trasciende ideologías. Su máxima de que "es preferible votar a un político de derechas honesto que a uno de izquierdas corrupto" cobra una vigencia aterradora. Anguita rechazó privilegios como la pensión vitalicia de diputado y optó por su modesto retiro como maestro. ¿Cuántos políticos actuales pueden presumir de tal integridad? La respuesta parece ser un eco vacío.

El asedio a la Constitución

La Constitución, concebida como la columna vertebral de nuestra democracia, enfrenta hoy amenazas que en su momento eran inimaginables. Sectores independentistas, aliados en ocasiones con formaciones políticas como EH Bildu, buscan reformarla o, directamente, desmantelarla, no con la intención de mejorarla, sino para fracturar el país.

En este juego, la figura del actual presidente, Pedro Sánchez, emerge como un actor controvertido. Su aparente alianza con estas fuerzas para mantenerse en el poder pone en duda su compromiso con el proyecto constitucional y con la unidad de España.

Manuel Fraga, uno de los padres de la Constitución, lo expresó claramente: "La Constitución es un punto de encuentro, no un arma arrojadiza." Sin embargo, el uso político de nuestra Carta Magna como herramienta de división y la manipulación de sus reformas desvirtúan su esencia.

El clamor por un cambio

Es lamentable que, en lugar de construir sobre el legado de estadistas como Adolfo Suárez, nuestra política esté poblada por personajes de "medio pelo", centrados más en perpetuar sus privilegios que en aliviar el sufrimiento de un pueblo que enfrenta desafíos económicos y sociales enormes. Este panorama requiere no sólo una reflexión profunda, sino también una acción decidida por parte de los ciudadanos.

En palabras de Santiago Carrillo, figura clave de la transición: "La democracia no es perfecta, pero es perfectible." La apatía y el conformismo no son opción; la verdadera fuerza de la democracia está en la ciudadanía que vigila, critica y exige.

¿Fachismo o patriotismo?

En el clima actual, criticar a los actores políticos y defender la nación se tacha a menudo de "facha". Pero esa etiqueta se convierte en un intento vacío de deslegitimar las voces disidentes. Defender los principios constitucionales, abogar por la honestidad y criticar los excesos de quienes detentan el poder no es ideología; es sentido común.

La pregunta es si los españoles, a día de hoy, tienen el coraje de recuperar el espíritu de los padres de la Constitución y exigir líderes que representen lo mejor de nuestra sociedad, no lo peor. Porque, si no lo hacemos, los "cuatro jinetes del apocalipsis" no vendrán a por los políticos corruptos; vendrán a por nosotros, los ciudadanos, por nuestra negligencia y falta de acción.

Como dijo Felipe González en uno de los momentos más cruciales de la democracia: "La libertad hay que ganarla día a día, no es un bien que se conserve solo." La Constitución es más que un documento; es un símbolo de lo que podemos ser como país. Ahora nos toca decidir si queremos honrar ese legado o resignarnos a un presente de mediocridad política y división social.

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