Una razón equivale a que uno tiene un motivo para pensar, hacer o sentir algo… No significa que la razón sea una verdad que por sí misma pueda ser entendida como tal por los demás necesariamente.
Tus acciones son el reflejo de tus pensamientos emergidos en gran parte de la influencia del entorno en tu subconsciente.
Pero la auto-observación y evaluación de tus conductas no es suficiente… La sociedad occidental te influye para que generes una identidad sumamente individualista y competitiva, por eso, si miras desde ese constructo, el del ego, tal vez confundas salirte con la tuya con tener razón.
Conozco muchas personas cuyo único fin es eso, «salirse con la suya»… Están tan entrenados en ello que han dejado de entender, escuchar y amar a los demás.
Las personas más obsesivas y neuróticas son capaces de quemar barrios enteros, incluso enfermarse adoptando hábitos perniciosos o dañar a otras personas solo por poder sentir el alivio fisiológico y emocional que les proporciona dar rienda suelta a su “razón”.
De ahí que uno de los mayores logros humanos en esta corta vida es lograr un mayor control y equilibrio que nos permita ser más amables con nosotros mismos, los demás y la naturaleza.
Pero, dramáticamente, el frenetismo y hedonismo fácil han conseguido que el sentido de la autorresponsabilidad se diluya en un síndrome de ofendidos por razones mucho menos prioritarias que el hecho de que 8.500 niños menores de 5 años mueran de hambre y sed al día o que nos estemos quedando sin glaciares que provocarán que en grandes zonas del planta se generaren brutales y masivas migraciones humanas hacia occidente.
Cuando la razón que pesa más es tu propio ego, poco queda, en cuanto a generosidad, hacia los demás.
C. G. Yung decía algo así: “el ego es algo que construimos hasta los 45 años para defendernos del ego de los demás, pero que luego debemos deconstruir para que podamos sobrevivir nosotros mismos a éste”.
En nuestra sociedad en gran medida tan cínica, narcisista y nihilista, debemos convivir, cada vez más, con personas obsesionadas en seguir construyendo y reforzando su ego incluso más allá de los 80 años, justamente, cuando el mundo, ahora más que nunca en estos últimos cien años, precisa que dejemos de mirarnos tanto al ombligo y actuemos para afrontar los grandes retos sociales, ecológicos y de decrecimiento espiritual que sufrimos.
Toni Bauzá
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