Una sociedad llena de mentirosos compulsivos

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Cuando uno peca tanto que ya no tiene un discernimiento entre bien y mal, la exposición a ello, hace que no sepa definir el alcance de los derechos y el sentir ajenos. Eso indica un trastorno de personalidad antisocial, que se caracteriza por acosar y manipular al resto con manifiesta crueldad e indiferencia al daño ocasionado.

Para estos, todo vale, lo único que hay que lograr es que no te pillen. Así son gran parte de los delincuentes con los que nos cruzamos cada día al subir a un bus, al deambular por una gran superficie, o justo al salir a la calle.

Son mentirosos, compulsivos, incluso violentos si es preciso y no hay testigos. Su perfil ansioso siempre va asociado a algún tipo de adicción, sea sexual, drogodependiente o al riesgo. Simplemente, son incapaces de ser responsables en última instancia de sí mismos.

Según los estudios realizados al respecto en psicología social y antropología social, este trastorno es perenne, aunque en algunos casos se pueden lograr ciertos cambios.

Los mas mediocres

En España se calcula que tenemos unos 6.000.000 de estos… Los podemos encontrar en cualquier lugar, simplemente, los más capaces intelectualmente y que han contado con el apoyo de familias bien asentadas social y económicamente, estos, llegan a las más altas esferas políticas, religiosas o empresariales.

En cambio, los más mediocres o con menos recursos desde su cuna, acaban siendo delincuentes desde edades muy tempranas, entrando en un ciclo de deterioro personal que acarrea, además de los problemas sociales por su mala convivencia, para más inri, muchos recursos económicos públicos para contenerlos, encerrarlos y controlarlos, porque lo de integrarlos, eso, no suele conseguirse, en la mayoría de casos, íntegramente.

Era 1984, Alex, niño de papá y mamá mimado por las circunstancias favorables de pertenecer a una buena familia de ocho generaciones de ilustres apellidos y títulos nobiliarios por ambas bandas, es el perfecto psicópata que ha conseguido superar la adolescencia sin haber pisado un centro de reforma porque a golpe de teléfono o talonario sus papis, tíos y abuelos se lo han solucionado.

En ese momento tenía 23 años, licenciado en filosofía, cómo no, en una universidad extranjera privada, estaba realizando la mili como alférez de complemento en el CIR N.º1, primera región militar, en Colmenar Viejo, Madrid.

Era movida Madrileña

Era la época de la movida madrileña, en calle Orense los discos pubs estaban a rebosar de jóvenes que estaban extasiados de una libertad que sus progenitores nunca habían experimentado en los tiempos de Paquito. Una noche de sábado, estando de permiso, con su amigo Toni, conocieron a dos muchachas, Mar y Carmen, de 18 y 19 años respectivamente. Tras unos bailes, unas copas, medio paquete de Fortuna mentolado y una buena tanda de besos de tornillo, Mar, que se daba el lote con Alex, acabaron paseando por los alrededores del lugar, cuando, ocultos en un discreto portal, y sin ningún pudor, ambos empezaron a quitarse los pantalones para realizar el delicioso amparados por la oscuridad…

Pero algo los acechaba, primero recibió un fuerte golpe en la cabeza Alex y casi sin dar tiempo a Mar de percatarse de nada, esta recibió otro tanto dejándolos a ambos inconscientes.

Durante los siguientes días, atados cada uno a un potro boca abajo, ambos fueron repetidamente sodomizados, en el interior de una mediana nevera industrial, sin estar operativa como tal, simplemente, convertida en la perfecta cámara de aislamiento acústico para tan terrible fin.

Una mañana, su carcelero y violador, activó el compresor de la cámara para que se activara el frío, puso a Mar, siempre en el potro, mirando hacía en el que estaba Alex y sin mediar palabra, saco un afilado cuchillo de su mandil de trabajo y empezó a desollar vivo al cabronazo de niño de papa… tardó, por el desangre y el frío, unas tres horas en morir mientras Ignacio, su verdugo, se divertía poniéndose como una careta la cara desollada de Alex ante la horrorizada mirada de Mar.

Cuna humilde nos puede hacer mentirosos compulsivos

Hasta que en un momento dado dijo… Ahora te toca a tiiiiiiiiiiiii…

Ignacio, el gerente, tenía un estupendo negocio, la más famosa carnicería cha chichería de Madrid, sita en la Plaza del Niño Jesús, 2. Marchaba viento en popa, de hecho, realizaba las mejores salchichas de su comunidad, las colas en las horas punta llegaban a la otra esquina de la calle.

Nuestro carnicero salchichero, psicópata de cuna humilde, había conseguido dar rienda suelta a sus perversiones, con un prolijo “coto de caza” de carne fresca y con una profesión que le permitía cometer sus crímenes sin dejar rastro aparente y, como no, la fórmula enriquecida de sus salchichas hacían que su negocio fuese a menudo frecuentado por los mejores Chef y empresarios culinarios de la zona.

Si la gente, cuando se mete una raya de coca o se droga con heroína u otras drogas, supiera el reguero de muerte, depravación, abuso, maltrato y asesinato que conlleva que se pueda dar una fiesta con ellas, seguramente, a las más psicópatas, les importaría una mierda, como los miles que cada día van a las zonas de venta de su ciudad a por ellas. Lo mismo pasa con las salchichas de Ignacio.

Nota: Son relatos de ficción con una pizca de verdad, tal vez, usted, avispado lector, se cerciore de qué es qué.

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