Una realidad incómoda: «Cómo sobrevivir al decir lo que piensas con falta de asertividad»
Tiene diferentes orígenes…
Los padres y profesores te castigaban sin escucharte y valorar tus opiniones… «Niño eso no se hace, niño eso no se toca, niño eso no se dice»… y punto.
Educar es mucho más de lo que consiguen unos padres que tratan de sobrevivir a sí mismos agotados de tanto trabajar y de no superar sus propios conflictos y mucho menos, unos profesores que no sirven de modelo como persona a los alumnos por las pocas virtudes que atesoran al contemplar su gestión del estrés…
Recuerdo a algunos de mis maestros con sobrepeso, otros crispados y malhumorados, más de uno con los dedos amarillos de tanto fumar, discutiendo entre ellos, todo se traducía en que un mal gestor de sí mismo no es un buen modelo a seguir.
Y qué decir de sobrevivir a las calles en un barrio de pandilleros pendencieros siempre al acecho, teniendo que demostrar a golpes que podía cruzar la calle.
Es doloroso recordar que cuando estaba en el ejército se tildaba de «maricón» en la revista militar a todo pensador, artista o «diferente» que no estuviera en la línea del machote nacional teniendo que reír las gracias machistas de los compañeros totalmente alienados de una mentalidad retrógrada.
No olvido la mirada de mi madre, agotada de tanto trabajar, sacarnos a todos adelante mientras mi padre la martirizaba con infinitas discusiones cada noche… se amaban pero no se entendieron nunca.
Yo no quería acabar como ellos… por eso de niño me llamaban el «fugitivo» y a los 13 años ya estaba lejos, trabajando y viviendo solo… me financié mis propios estudios, hasta que llegué a la universidad, otra, parcialmente, gran decepción, pues ésta no es un referente de la cúspide de lo que debería ser la sociedad y se reduce a una estandarizada imagen académica de un sistema de unidades funcionales económicas cuyo objetivo, en muchos casos, no es pensar… si no producir y reproducir un modelo de vida que tiene más sombras que luces.
De ahí que no me fije en los títulos o estatus que tenga la gente, me centro en cómo gestiona su propia ser, en qué modelo de persona se ha transformado y qué consecuencias tiene su interacción emocional en su entorno.
La mayoría de personas con madurez espiritual tienen una notable asertividad que se resume en lo siguiente:
Personas capaces de entender los derechos propios y de los demás, siendo capaz de defenderlos sin prepotencia, chulería, altivez, ironía u agresividad, simplemente lo hace con inteligencia, educación y razón justificada en hechos, no en elucubraciones… la excusa del «metepatas» es siempre la misma: «no sabía» «yo pensaba…», ese es el problema, realmente, no pensabas.
También, por muy inteligente que seas, si las heridas emocionales que padeces no han sido sanadas, no basta un buen plan, si no estás dispuesto a dejar de parapetarte tras un sobredimensionado ego autoprotector… ese que te acompañó para sobrevivir antaño a gran parte de esa sociedad hostil que te dictaba «cómo tenía que ser un hombre o mujer de verdad».
Resistirse a cambiar aquello que te permite reencontrarte contigo y los demás en paz es una pérdida imperdonable del precioso tiempo de vida que te queda.
Desde esta perspectiva es fácil reconocer que todos podemos ser en cierto grado tóxicos para nosotros mismos y nuestro entorno… cambia.
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