La normalidad es la expresión en un individuo de hábitos, conductas y modismos más comunes con los de su entorno.

Una persona puede ser muy diferente en alguna característica y ser muy normal en el resto.

De hecho, los mejores psicópatas, sicarios, asesinos y mercenarios destacan por un perfecto camuflaje de normalidad.

Rosa Abad, un frío miércoles de enero, a las once y cinco, estaba tomando un café americano en el «Bar Antiguedades», de la calle Arabí, 5-A, de Palma. Desearía comer algo, pero sólo tiene lo justo para calentarse las manos con la taza.

Rosa, algo magullada emocionalmente, por haber mantenido un relación marital 1094 días con Rodolfo Rueda, de cuarenta y cuatro años, ludópata y traficante de drogas, se había separado definitivamente de él pocas semanas después de que ingresase en prisión el pasado 13 de noviembre de 2022 por la brillante idea de tener un punto de venta de droga “a granel” en el conocido y turístico Pueblo Español.

Ella, Rosa, atrapada en los datos estadísticos que muestrea la normalidad en una “campana de Gauss” representativa de la población Balear, es una mujer de treinta años, de formación peluquera, con un rostro agraciado si no tuviera una nariz de aguilucho, de un metro sesenta y dos, con un cociente intelectual de noventa y siete, un peso de cincuenta kilos, un rostro, aproximadamente, una vez y media más largo que ancho, y un cuerpo cuya proporción es igual a multiplicar por uno coma ciento sesenta y ocho la distancia que separa su ombligo del suelo.

En la mesa de al lado, dos hombres, comentan un caso que llevan conjuntamente y que hasta hace poco tenían prácticamente ganado pero que debido a la aparición de una testigo imprevista, que a la postre era la famosa modelo Tatiana Picard, iba por ello irse todo al traste si declaraba en la vista de dentro dos semanas.

El mayor de ellos, en tono irónico, le menciona a su compañero que si el destino accidentalmente les librara de ella, iban a recibir, a demás de sus altos honorarios, una gran comisión y acceso a entrar como accionistas en una de las principales corporaciones de Baleares cuya facturación es de más de ochenta y tres millones seiscientos mil euros anuales.

Rosa, disimulando su atención, espera a que los colegas finalicen su merienda y se marchen para seguirlos; éstos, tras bajar las escaleras frente al bar, se despiden en la bifurcación; ella toma la decisión al azar de seguir al de la derecha, cuyos pasos le dirigen al cercano e Ilustre Colegio de Abogados de las Islas Baleares ubicado en Ramblas, 10.

Tras ver que, el ya más que evidente abogado, entra en esa institución, Rosa, observa a su alrededor si hay algún lugar donde resguardarse para vigilar sin levantar sospechas, pero al hacerlo, observa que a unos cien metros una mujer mayor, de perfil burgués y con cierta dificultad al andar trata de dirigirse hacia la Clínica Rotger, sita en Vía Roma número 3.

Entonces, Rosa no puede evitar ver en ello la ocasión de aplacar el feroz peristaltismo al que el hambre somete a sus intestinos, que, además, estimulado por la cafeína, incrementan la desagradable sensación que venía sufriendo hacía días.
Rosa, con paso acelerado se acerca a la dama y con su mejor sonrisa le dice: ¿Me permite que la acompañe, creo que usted también va a la Clínica verdad? A lo que la paciente señora, afectada por agudos dolores en su cadera izquierda, no duda en invitarse ella directamente a apoyarse cogiendo del brazo a Rosa.

Así, al ritmo que Doña Margarita Barceló podía seguir, Rosa la acompañó durante el trayecto mientras hablaban animadamente.

Rosa se vio tentada a intentar abrir el abultado bolso de la anciana, pero lo consideró demasiado arriesgado, evidente, por lo que optó, por sincerarse en la sala de espera de la clínica con ella y pedirle ayuda para poder comer un día más, a lo que, la señora Barceló asintió encantada a prestarle veinte euros, que si no podía devolvérselos algún día, no tenía porqué preocuparse.

Rato después, al dejar en buenas manos a su benefactora, Rosa, pasó por la cafetería de la clínica para adquirir algo que llevarse a la boca, tras lo cual, intentó lo antes posible volver a seguirle la pista al letrado, pero se percató, tras cerrar la institución que salvaguarda el ejercicio de la abogacía a las 15:00, que aquél ya no estaba.

Así que decidió investigar en Google si podía saber algo más de esos personajes mirando las fotos de los abogados que tenían despacho en Palma de Mallorca. Fue fácil reconocerlos y recabar información sobre ellos, ahora ya podía poner nombre a esos rostros, se trataba de Jacinto Carnicero y Juan Miguel Sierra.

Mejor informada, decidió que iba ha seguir tirando del hilo de lo que sus sospechas le inducían a elucubrar, de hecho, incluso le parecía algo entretenido y divertido, pues qué otra cosa podía hacer, al fin y al cabo, viviendo en una minúscula habitación alquilada por 150 euros al mes, sin trabajo, casi en la ruina y esperando cobrar el ingreso mínimo vital, por lo menos, en vez de ver tanta caja tonta o estar enganchada a las chorradas de internet, trataría de entretenerse convirtiéndose en una improvisada detective, investigando a esos dos posibles «rufianes de la abogacía».

Al día siguiente, en gran parte de la prensa nacional e internacional, 11 de enero de 2023, se mencionaba que Tatiana, a los 56 años, había muerto.

P.D. Algunas de mis narraciones son una mezcla de realidad y ficción; de usted, querido lector, es la respuesta final a qué es qué.

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