Un año de Guerra ¿Lecciones aprendidas en América Latina?
“La historia de la guerra puede ser resumida en dos palabras: Demasiado tarde. Demasiado tarde para comprender quien es el enemigo y cuáles son sus intenciones, demasiado tarde en preparar a nuestras fuerzas y demasiado tarde para buscar alianzas y prevenir el conflicto.” Douglas MacArthur.
Durante los últimos 50 años, y a excepción de extremadamente breves y poco felices ejemplos, las Fuerzas Armadas Latinoamericanas no se han visto enfrentadas en operaciones de guerra total entre un estado y otro y ningún ejército latinoamericano ha entrado marchando a la capital de un vecino en más de un siglo. En cambio, el 99 % de las fuerzas militares de la región se han visto directamente involucradas en una amplia variedad de acciones bélicas que caen completamente fuera del concepto de guerra convencional.
Sobre los hombros de las Fuerzas Armadas ha recaído la responsabilidad de luchar, con evidente ineptitud, contra invencibles ejércitos rebeldes, guerrillas fuertemente armadas, sangrientas guerras civiles, eternas y desastrosas campañas contra la insurgencia, protección de la infraestructura critica, organizar y asegurar elecciones y asesorar a los jefes de estado de turno como garantizar algún grado de gobernabilidad democrática a pesar de ser incapaces de derrotar a poderosos ejércitos narcotraficantes que con sus adinerados e influyentes carteles arrodillan gobiernos de forma creciente. Todas estas son actividades más cercanas a las misiones de una guardia nacional que a las tareas de modernos ejércitos profesionales. Duele hasta el alma reconocer esta realidad, pero la historia y la evidencia científica refuerzan este diagnóstico. Uno que anuncia una peligrosa alineación de estrellas.
Doce meses de guerra
Se han cumplido doce meses de guerra en Europa y nada, absolutamente nada de lo que profetizaron nuestros expertos de academia ha ocurrido. Todos los pronósticos han sido errados y ningún militar hispanoamericano ha estado ni cerca de comprender, evaluar y sacar conclusiones acertadas de como este creciente conflicto bélico afecta al presente y el futuro inmediato de Latinoamérica. ¿Por qué? Pues fácil. Con la sola excepción de los militares españoles, ningún oficial sudamericano ha pisado en su vida un campo de batalla moderno.
Conceptos de doctrina de empleo tan básicos como operaciones mecanizadas a gran escala, esas que permiten el control de áreas vitales del espacio terrestre y con ello la supervivencia de la capital y su gobierno, simplemente no existen en nuestros estados mayores. En todos los niveles de mando seguimos ignorando lecciones fundamentales de la guerra moderna y esa orfandad de conocimientos profesionales impiden comprender la batalla aeroterrestre, prohíbe los ejercicios de combate urbano a nivel brigada, niega el correcto empleo de regimientos de tanques pesados en combinación con batallones de infantería mecanizada, impide la adecuada integración de cazabombarderos y helicópteros en misiones de apoyo aéreo cercano imposibilitando la coordinación de fuegos de artillería de campaña, cohetes y misiles de largo alcance en un frente de batalla de al menos 100 kilómetros de ancho.
¿Se expandirá la guerra?
Es fácil pronosticar que en cosa de meses, la guerra en Europa se expandirá directamente a países como Bielorrusia y Moldavia e indirectamente, incluirá también la participación de soldados alemanes, polacos, franceses e ingleses desplegados ahora a solo metros de la línea de fuego. La consecuencia directa de este efecto dominó es la prolongación de la guerra al menos hasta el año 2025. Dicho en cristiano, es absolutamente inevitable que Moscú despliegue un puñado de tropas en la “retaguardia” norteamericana, esa que denominamos América Latina, equipe y entusiasme un grupo de gobiernos proxy y lleve su guerra a la tierra de otros, amenazando – a muy bajo coste – a naciones cercanas a Washington en la región. Ni siquiera tienen que enviar armas. Solo asesores y revivir algunas ideas y programas siniestros de la Guerra Fría. Los campos de batalla mas probables los ve hasta un ciego.
No siempre el ataque es la mejor defensa. La disuasión y el equilibrio militar generalmente previenen aventuras descabelladas. Desgraciadamente en el adverso, naciones ricas en inmensos recursos naturales, pero desprovistas de fuerzas armadas modernas no hacen más que invitar – con imprudencia y temeridad – a poderosos vecinos a cruzar tranquilamente la frontera y tomar, casi sin disparar un tiro, inmensas zonas petroleras, reservas masivas de gas y valiosas provincias ricas en cotizados minerales. Este formato de trabajo político – militar no se ha modificado un ápice en los últimos 3.000 años y nada parece indicar que esto vaya a cambiar este fin de semana.
Todo bien relacionado
Rusia invadió Ucrania para tomar por la fuerza la riquísima región de Crimea y sus 20.000 kilómetros cuadrados de petróleo asegurando simultáneamente el total dominio del Mar Negro. China invadirá Taiwán por razones absolutamente financieras como la captura — o destrucción — de todas sus empresas de semiconductores electrónicos catalogados como los mejores del mundo junto a los de Intel y Samsung. Todos los sistemas de armas fabricados en el siglo 21 utilizan chips de última generación fabricados en Taiwán (70 %), Estados Unidos (9 %) o Corea del Sur (18 %). Ergo, Taiwán debe caer en las manos de Pekín y permitirle a sus ejércitos un salto tecnológico de 50 años… o. si todo sale mal, ser consumida por el fuego evitando con ello que siga potenciando los arsenales de armas inteligentes de occidente.
En resumen, y desde la perspectiva que se mire, Rusia y China tendrán ocupados a Washington y a Europa por los próximos 10 años dejando la puerta abierta para que en América Latina pase literalmente… “cualquier cosa” sin que la ONU, la OEA ni la OTAN levanten un dedo o envíen fuerzas militares a intervenir en el “rescate”
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