Salvar a los niños de la tiranía de los simples de espíritu

Si el amor fuera signo de inteligencia nadie se enamoraría de tanto idiota… Afortunadamente para todos los que hemos sido fruto biológico de ello.

Pero atención, nadie está a salvo, todo el mundo es relativamente idiota en un determinado momento y bajo la presión de ciertas circunstancias. El problema es el que es idiota más porcentualmente de lo que le permitiría ser útil para conseguir un mundo mejor para todos.

Es más, cuando has tenido la oportunidad de poder observar externamente muchas de estas relaciones fracasadas, ya sabías de antemano que fracasarían, ya que como bien sabemos, el peor consejero de pareja es el enamoramiento.

Los juzgados están llenos de contenciosos donde la ruina económica y la alienación parental que sufren los hijos son norma.

Sólo un idiota establecería una relación que ponga sus recursos económicos en juego antes de los tres primeros años de observación y puesta aprobada de las características psicológicas y de relación de la persona con quien la inició. Es decir, hasta que el velo mental del enamoramiento caiga, «ni te menees».

Pero, al parecer, hay esperanza, una corporación muy poderosa en EEUU recorrió uno de los barrios más marginales para rescatar a los niños que tuvieran capacidades claramente superiores. Una vez detectados, les plantearon a sus padres que a cambio de darles una educación y una vida mejor, los pusieran en sus manos, ahora bien, no podrían volver a tener contacto con ellos. La mayoría aceptaron. Simplemente porque incluso un idiota puede darse cuenta de que todo lo que toca lo jode.

El mundo está cambiando y cada vez habrá menos influencia del vulgo, menos libertades y mayor control del devenir de la sociedad por parte de grandes corporaciones, que día a día, van ocupando los nichos de poder que van perdiendo los estados, donde sólo se potenciará a los más capaces y útiles para el desarrollo de una sociedad sostenible y respetuosa con la naturaleza, no lo digo yo, lo dice la evidencia científica y si no me creen, escuchen al mediático y catedrático en economía, el profesor Niño Becerra.