Estimados lectores del diario; Lo primero es presentarme, me llamo Carlos Ordinas y soy escritor de novela histórica.

Cuando me pidieron que escribiera una columna o artículo, y antes de responder afirmativamente, y encantado por el ofrecimiento, solo me asaltó una duda ¿Sería capaz? Lo que más me gusta es escribir, peo fuera de mis novelas, no estaba, no lo estoy aún, seguro de poder hacerlo. Hablar del día a día, plantarse ante el folio
en blanco sin saber por dónde empezar, se sale de mi zona de confort.

Peo finalmente, aquí estoy.

Reflexionando sobre lo que significa hoy día estar cómodamente sentado en casa, escribiendo algo que al poco rato puede leer una persona al otro lado del mundo, me vino a la memoria la historia de aquella familia rusa que, debido a la persecución religiosa que padecieron por el comunismo, huyeron a la Estepa Siberiana, a cientos de kilómetros de otra zona poblada. Pasaron hambre, frío, hasta llegaron a comerse el cuero de su calzado para no agotar las semillas que llevaron consigo y que necesitaban para sembrar al año siguiente.

Así pasaron 42 años, la vida transcurrió sin que ellos se enteraran, ni de la II guerra mundial, ni de que el hombre había llegado a la Luna, ni de los sucesivos cambios de gobiernos y países, hasta que una expedición de prospecciones petrolíferas halló su cabaña en 1978.

Se ha escrito mucho, también sobre aquel japonés que, oculto en el interior de una isla, no se enteró del final de la guerra hasta muchos años después.

Y yo me pregunto ¿Es posible que hoy exista alguien, en algún lugar, de quien no sepamos nada? Y de haberlo ¿Querría que lo encontraran?

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