Los celos de pareja son los más destructivos

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Merche, de 36 años, estaba harta, los últimos 17 años los había dedicado a ser la sirvienta de casa de un marido machista y cuatro hijos a su imagen y semejanza. Pero para escapar precisaba alguna forma independiente de poder ganarse la vida. De joven había ido a una academia de baile, tenía dotes, era una artista genuina e incluso trabajó en espectáculos, se le daba muy bien. Pero, siendo muy joven y sin experiencia vital, se casó sin tener la madurez suficiente para discernir con quién y, desde que tuvo su primer hijo, ingresó en una prisión emocional de la que tardaría años en escapar.

Por lo menos, siempre trató de mantenerse en forma y esbelta, iba al gimnasio asiduamente, de hecho, entre sus mejores amigas había alguna monitoria madurita con quien además de entrenar se desahogaba emocionalmente. Un día vió que se anunciaban unos cursos subvencionados por el INEM para ser monitora de actividades dirigidas y pensó «esta es mi oportunidad». A los pocos meses lo había conseguido, luego, con los años, también se haría monitora de zumba, body pump, pilates… La cuestión es que en los inicios de su aventura, tuvo que robar muchas horas de sueño para lograrlo pues su vida de cenicienta abnegada a su familia y señor feudal le absorbía la vida.

La motivación final la obtuvo cuando empezó a trabajar en un gimnasio de barrio y conoció a un instructor con el que intimó tanto que acabaron enamorándose. Eso desencadenó una serie de acontecimientos que pusieron a su marido, hijos y, salvo una hermana mayor, a toda la familia en contra de su intención de separarse. Fue terrorífico. El marido incluso visitó al dueño del gimnasio y a todo lugar donde fuera a trabajar o frecuentaba para decir lo «mala persona» que era. Su propia familia, de corte tradicional, le daba la espalda y secundaba al maltratador social.

Y el «síndrome de Romeo y Julieta» se replicó una vez más, es decir, cuanto más trabas les pones a los enamorados más motivados se sienten a estar juntos y luchar contra todo lo que quiera impedir lograrlo. Ambos dejaron sus respectivas parejas y se embarcaron en una nueva relación pesara a quien pesara.

Por otra parte, el «creyente cornudo», Manolo, de 42 años, era un perfil de hombre celoso, un déspota, hasta tal punto que perdía el control de la conducta y empleaba el tiempo y energía en indagar y vigilar a Merche, su mujer. Tanto que le impedía llevar una vida normal. Le costaba concentrarse en otras cosas, salvo en el fútbol, pues era forofo del Real Madrid, pero fuera de eso, su mente enfermiza continuamente imaginaba que su pareja estaba con otro.

Los celos de pareja son los más destructivos. Rápidamente se vuelven insoportables y llegan a arruinar la vida del celoso y de su pareja.

Los celos, pasado un determinado umbral de pérdida de control de éstos, son una dependencia emocional. Es decir, es la necesidad de que tu pareja te haga sentir único, que te garantice con todo tipo de atención, frases estereotipadas y refuerzos constantes que sólo la quieras a ella y no hay nadie más y así, poder tener la ilusión de que tienes un valor incomparable, inmensurable e inalcanzable para nadie más y éste a la altura de tu mendicidad de autoestima.

Es el colmo de la egolatría, la persona quiere ser única y le duele no serlo para el otro. Lo enfermizo realmente realmente se produce cuando se convierten en la única manera de obtener autoestima. Esto es, cuando la persona no conoce otra forma de sentir que vale si no es percibiendo que tiene un gran valor para el otro. La inseguridad del celoso es la que escolta todo este doloroso proceso.

Incluso, los más psicópatas, añaden un matiz de maldad maquiavélica en los celos, como un gato jugando con su presa acorralada, posesivo y manipulador, en los que el celoso le hace la vida imposible a la otra persona y, como indica el profesor de Psicología Martín Selva: «restringiendo sus contactos sociales, actividades de ocio e incluso profesionales. Pueden ser muy agresivos y deben tomarse medidas. Un caso especial de celos son los que están asociados a adicciones, normalmente al alcohol y la cocaína, y otros a enfermedades mentales y neurológicas. Éstos requieren atención profesional».

Cuando se es celoso es porque durante la adolescencia no se dieron las condiciones educativas y emocionales que te enseñaran los límites del respeto en relación a la libertad con los que convives. No tiene nada que ver con el amor, no significa amar a nadie.

Muchos retrógrados emocionales prefieren que sus parejas tengan celos porque piensan que es signo de amor y pasión por el otro, cuando no son más que falta de autoestima, carencia de entrenamiento social adecuado en edades tempranas o incapacidad de empatía emocional.

Los principales investigadores sobre el tema indican que los celos no se solucionan o desvanecen con el tiempo, sino que son un multiplicador de mal estar, un agravante de los problemas y un cáncer para la pareja.

Desgraciadamente, como la asignatura muchas veces no se aprueba a tiempo, el mundo está rellenito de parejas neuróticas que vuelven neuróticos a quienes se relacionan con ellos que a su vez, tras separarse siguen ese patrón patológico. De hecho, si a usted le gustan los culebrones venezolanos… Ya tiene una pista de en que grado de evolución social y emocional está.

Acerca del autor de la publicación

Toni Bauzá

Director Contenidos y Audiovisual | Agente de Prensa | Mallorca

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