La aventura arriesgada de unas compras

La aventura arriesgada de unas compras

¡Me toca ir de compras!.

Hasta hace poco, más de cuatro años, no me gustaba ir de compras. Soy una chica con curvas. en las tiendas de toda la vida me costaba encontrar ropa de mi talla y si había, no me gustaba. Luego abrieron una tienda con ropa de todas las tallas y además bonita. Me empezó a gustar, podía ir y pasarme horas probándome ropa y comprando lo que quisiera.

Me llevé una lista de lo que necesitaba (porque soy un poco despistada y siempre me dejo algo): pantalones, camisetas, calcetines y unas botas para cada día. Era imposible que me olvidara de algo, ¿no?

Cuando entré me di cuenta de que estaba en la sección de bebés, ¡es tan mona!, así que me paseé por ahí mirando, tocando las prendas. Cuando vi los pantalones me acordé de que mi hija necesitaba un par. Así que le cogí 4 pantalones, dos medias y un pijama de entre tiempo. En la sección de niño encontré una sudadera, de esos dibujos que tanto le gustan a mi hijo, así que la cogí junto con el pantalón a juego y¡ a la cesta!. Me había pasado una hora sólo, entre estas dos secciones y aún me quedaba la mía.

La presión se está notando y el tiempo corre

Fui directamente a los pantalones y encontré mi talla enseguida, las camisetas ya daban más problemas. Mucha gente, no había de mi talla y de las que encontré no me gustaban para mí. En ese momento tenía un pequeño problema y digo pequeño problema, porque se me había ocurrido ir de compras con mi hija de 19 meses y sin cochecito.

Mientras yo buscaba mis camisetas, oí a una señora que hablaba sobre lo graciosa que era una niña, en ese momento se paro el tiempo. Ese presentimiento de que están hablando de tu hija y no quieres girarte porque sabes lo que te vas a encontrar…

No me equivoqué. Al bajar la vista me encuentro a mi hija sentada en el suelo, rodeada de camisetas y por lo que deduje las estaba sacando y doblando.

Si nadie lo hubiera visto lo recojo y aquí no ha pasado nada, pero para mí desgracia en la cabecera del mueble estaba una chica reponiendo el género. Me disculpé con la dependienta, elogié a mi hija por querer ayudar a doblar ropa y recogí el estropicio.

Muerta de vergüenza agarre a mi hija y me fui a la sección de zapatos pensando que no me la podría liar. Antes de soltarla ya había escogido dos o tres modelos, para no tener que hacer tantos viajes. Senté a mi hija a mi lado y no había terminado de pasarme el primer par de botas, cuando levanté la vista y vi cómo mi hija se pasea con dos perchas en la mano (de dónde las sacó, ni idea).

El juego parecía inocente, las metía y sacaba de una bota que estaba en el suelo y cómo todo bebé no era consciente del peligro que podía desencadenar eso. Me estaba probando el segundo par cuando oí el chillido indignado de mi hija. Ese microsegundo en el que piensas «no puede ser» y fue. Resulta que la bota con la que estaba jugando, era de una señora que se la quería llevar.

 La escena me recordó a las películas del viejo oeste. Una niña con una percha en cada mano, su cara de indignación y la pobre señora (qué no sabía el peligro que corría) con una sonrisa de indulgencia hablándole a mi hija.

Dejé el zapato que me estaba probando y fui a rescatar a la señora. Sí, he dicho señora, no mi hija. Porque me veía una percha clavada en alguna parte del cuerpo de la mujer. Como pude recogí a la niña, pedí perdón, otra vez me puse mi zapato y me fui a caja.

Salí de la tienda con la sensación de que no había ido tan mal. Había podido comprar la ropa que necesitaba… ¡Espera!

Abrí la bolsa y descubrí que sí, había dos pantalones para mí, pero todo lo demás era para mis hijos. Necesitaba comprarme la ropa que había venido a comprar. Miré a mi hija, miré la tienda, volví a mirar el rostro angelical de mi hija y decidí la opción más segura para todos.

Salvar la tienda y a la gente del interior, de mi hija. Total, no pasa nada si no llevo calcetines o me aguanto un poco más con las de manga corta. ¿No?

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