(Exclusivo) El milenario Toro Júbilo

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Un año más, el astado de fuego salía por las calles de Medinaceli puntual a su cita, a las 11,30 horas ensogado de los improvisados toriles para que los mozos del pueblo le amarrasen a un palo y le embadurnasen de una capa de barro, antes de encender su cornamenta extraordinaria de bolas de fuego y le soltasen a la plaza.

La estopa, mezclada con aguarrás y azufre, arde sin tregua durante cerca de una hora, y durante todo ese tiempo el toro intenta inútilmente librarse del fuego, huyendo despavorido de sí mismo. El miedo y la ansiedad le torturan tanto como las quemaduras y los golpes. El barro que le cubre a modo de supuesta protección va desapareciendo, el fuego le entra en los ojos, le impide incluso respirar, le va quemando la cara y el resto del cuerpo, y a pesar de los intentos apenas puede esquivar los golpes y las vejaciones de los mozos que fardan pretendiendo torearle.

El Partido Animalista Pacma considera esta tradición como una «salvajada». “Es falso que se haya desarrollado sin incidentes como han dicho algunos medios”, dicen. En las imágenes se aprecia cómo el animal salió del cajón con la boca ensangrentada y cayó desplomado a los pocos minutos. Una vez tumbado el toro en el suelo, la Guardia Civil comenzó a echar a las cámaras. Llega un momento en el que las llamas superan el metro de altura, y la densidad del fuego es tanta que el animal solo da embestidas cortas y pasos erráticos.

El sufrimiento del Toro Jubilo ha sido descrito con detalle por la veterinaria Virginia Iniesta La conclusión es que se trata de uno de los “más terribles ejemplos de tortura animal institucionalizada en nuestro país, éticamente injustificable desde cualquier punto de vista”.

Cuando el fuego en su cabeza se extingue, la fiesta se acaba, y ya sin público el toro debe ser ajusticiado. Lo exige así la legislación autonómica, en todos los espectáculos taurinos, para asegurar al animal una muerte sin sufrimiento y evitarle una vida marcada por las secuelas imborrables dejadas por la tortura.

Esas secuelas a veces son de tal calado que el toro no tiene que ser ajusticiado, porque muere antes. Vil contradicción, la de fingir que se garantiza al toro una muerte sin sufrimiento después de torturarle, y defender que apenas sufre cuando se da por hecho que, en caso de sobrevivir al festejo, las secuelas de ese sufrimiento le impedirán seguir viviendo.

Cientos de años después la tradición apenas se ha modificado. Los mozos ya no comulgan con la sangre y la carne del toro sacrificado para purificar sus cuerpos, como al parecer hacían los iniciadores del rito, pero todo lo demás se mantiene impermeable a la evolución.

La Asociación Nacional para la Protección y el Bienestar de los Animales pidió al ayuntamiento, retirar el animal y sustituirlo por un armazón metálico. En esta ocasión la asociación propone, tal y como anunció hace algunos días, «anular el uso de un toro de carne y hueso por tratarse de un ser vivo, dotado de sensibilidad y con capacidad para experimentar sufrimiento físico y anímico, y se sustituya por un armazón metálico con pirotecnia que simbolice a un toro, adaptado a la sensibilidad social del siglo XXI».

De momento nadie quiere pronunciarse para esta tradición obsoleta, sádica y que en un era donde el bienestar animal intenta progresar, esta fiesta de aberración no tiene lugar en nuestro Pais.

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