La realidad de miles de millones de mujeres

Vengo a hacer una denuncia, tal vez muy controversial, pero que al mismo tiempo repercute sobre la sociedad misma.

Este es un caso muy personal puesto que soy la afectada de estos hechos, y es repugnante que las mujeres no podamos sentirnos seguras.

Todo empezó hace unos meses, a finales de verano. Yo trabajo en cierto sector que ofrece un servicio básico y da la casualidad que puedo acceder a tres tipos diferentes de turnos; el de mañana, el de tarde y el de noche.

Y aunque no lo parezca yo disfruto mucho de este último turno; apenas hay clientes, tienes todo el tiempo del mundo y encima no te absorbe el estar cara al público.

Quien trabaje en el sector servicios sabe lo agotador que puede ser mentalmente el estar en contacto con cientos de personas al día.

Una vez explicado el contexto, todo sucedió una de las tantas noches que he podido dar servicio. Apareció un joven (si es que se le puede llamar así) pidiendo un café con leche, se lo serví sin más; siendo educada y amable.

Volvió la noche siguiente y pidió exactamente lo mismo. No le di más importancia, en el turno de mañana siempre vienen las mismas diez personas a pedirse un café, una barra de pan y embutido.

Y se repitió la situación los tres días siguientes mientras estaba de turno.

Las cosas cambiaron unos pocos meses después cuando empezó a hablarme y a intentar sonsacar cosas de mi vida privada, donde vivía, qué hacía, cuáles eran mis hobbies.

Obviamente no respondí, evadí cualquier cosa que se tratara de mi vida personal, puesto no le conocía y tampoco me interesaba conocerlo. No soy muy fan de los hombres; no he tenido buenas experiencias con ellos; me hacen sentir incómoda la mayoría de las veces.

Pareció entender la indirecta, no me interesaba y dejó de venir las siguientes noches de mi turno (suelo hacer 5 o 10 noches al mes en el turno de noche, todo depende).

Tengo una rutina muy marcada debido a mi horario laboral, varía dependiendo el turno que me toque, pero siempre intento seguir un orden para aprovechar el día al máximo. Solo varía esa situación cuando tengo el día libre o estoy de vacaciones. Por lo que siempre repito las mismas actividades diariamente. Una de ellas es sacar a pasear a mi perro a la misma hora todos los días y de esa manera, aquel chico descubrió por dónde vivía.

Dio la casualidad que él trabaja en la misma avenida en la que yo vivo y repetidas veces me vio pasear acompañada de mi perro.

¿Cómo pude enterarme de aquello? El chico se dignó a presentarse en mi trabajo otra de las tantas noches en las que curraba y tuvo la desfachatez de soltarlo, como si no fuera nada. Añadió además que había estado llamándome para poder hablar conmigo, pero que no le contesté y pasé de él.

Una ola de miedo recorrió mi cuerpo, le había dejado en claro en su momento que no me interesaba y seguiría sin interesarme; ya tengo pareja y soy bastante feliz. ¿Por qué insistía? ¿Que fuera borde con él no bastaba? Decirle que tenía pareja… ¿No era suficiente? No. Mi negativa no fue clara para él, así que de la forma más borde posible dejé en claro que no quería volverlo a ver en mi trabajo.

Y por fin creí que lo había entendido, pero estaba equivocada. Volvió hace tres días.

Durante los diez primeros minutos no me di cuenta de su existencia, desde la ventanilla solo podía ver un coche negro aparcado fuera, pero cuando me fijé bien ahí estaba él. Entró en la tienda antes de la hora de cierre de puertas y pidió su típico café con leche. Se apoyó sobre la barra destinada a dejar el café hablando, intentando sacar más información. No dije nada, para qué, iba a cobrarle su bendito café y esperar a que se fuera.

No lo hizo, me miró y con suma alegría me comentó que ya había descubierto donde vivía, que me había observado y vigilado durante un tiempo y que había descubierto cuál era el portal de mi casa.

Que se había quedado esperando desde las seis y media de la tarde mi salida para poder intercambiar unas palabras conmigo y que había sido una maleducada al pasar de él cuando me dirigió la palabra mientras sacaba al perro.

Un nudo se formó en mi garganta sin creer lo que me estaba diciendo, pero recordaba una vaga figura en las escaleras de mi portal aquella tarde, de la cual había pasado puesto tenía prisa. El miedo y el pánico se mezclaron dentro de mí creando una gran bola de ansiedad en mi pecho. Estaba siendo acosada.

Con el corazón a mil le cobré y me escondí en la trastienda observándolo por las cámaras; se estaba yendo, solo pude sentirme aliviada.

Salí de nuevo a la caja para recoger el ticket y el coche seguía ahí. Aparcado frente a la ventanilla, y él observándome fijamente.

Caminé por la tienda intentando esconderme, pero movía el coche en la misma dirección en la que me dirigía hasta que pude esconderme tras un estante. Tres minutos después, él ya no estaba. Pero el pánico se quedaría toda la noche haciéndome compañía.

Ya no estoy segura por las calles de mi pueblo a las seis, tal vez siete de la tarde. Y es aterrador. Es aterrador para mí y para cualquier mujer. Me siento asqueada por todo esto que está sucediendo y soy incapaz de hacer nada. Las mujeres todavía tenemos que escondernos, encerrarnos para impedir que nos hagan daño, nos humillen, nos destrocen.

Somos carne de carroña. Fáciles de desollar, mutilar, asesinar. Somos el género débil por naturaleza; necesitamos constante atención y protección.

Y todo es culpa de ellos. Ellos que no son capaces de entender los límites, que los sobrepasan y no son castigados.

Esta vida está hecha para hacernos sufrir a las mujeres, una y otra vez. Y una está cansada, una ya no aguanta, no soporta.

Una entiende que todos los hombres no son iguales… Algunos son hasta peores.

Acerca del autor de la publicación

Àngels Borras

COLABORADORA

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